Dahomey
Colonialismo, disculpas tardías y una cuota de reconciliación. La directora francesa Mati Diop utiliza el formato documental para abordar una vieja deuda, poniendo el dedo en una herida que sigue arrastrando recuerdos dolorosos, aquella que colocó a África como el “patio trasero” de Europa. Aunque parece una historia antigua, Diop transforma una narrativa de saqueo cultural en una parábola creativa que enfrenta las perspectivas de los arrepentidos y los perjudicados.
Tras más de un siglo, 26 tesoros del Reino de Dahomey —el antiguo nombre de lo que hoy conocemos como Benín—, saqueados por los franceses en el siglo XIX, regresan de París a Cotonú. Desde el museo donde las reliquias estuvieron guardadas hasta las celebraciones por su llegada, Diop captura cada momento del proceso: el embalaje de los artefactos y su emotiva recepción, explorando la culpa de unos y la sorpresa de otros. El trayecto de estos 26 objetos —de los 7,000 que fueron robados por los colonos franceses— se acompaña de locuciones en off que recitan textos poéticos, con un reparto coral de voces etéreas que emulan a los propios objetos, a los dioses nativos y a las fuerzas de la naturaleza, todo en idioma fon. Diop se adentra en el campo antropológico, pero desde una perspectiva lírica poco convencional, que rompe con el esquema de la denuncia directa y panfletaria. Dahomey propone un puente sutil de reflexión mediante una narrativa contemplativa, centrada en primeros planos, conversaciones espontáneas y movimientos elegantes de cámara, para transmitir que, si bien las reconciliaciones son posibles, la memoria es igualmente crucial.
No obstante, este es solo uno de los objetivos. En el proceso, se pueden comprender otras urgencias que la cineasta tiene en mente, como sus reflexiones sobre el vacío histórico dejado por la invasión europea en África Occidental. Dahomey cobra relevancia especialmente al explorar el proceso de aceptar y evaluar las reparaciones, tanto materiales como morales, al mismo tiempo que reconoce la deuda de Occidente con una civilización postergada. Aunque aún quedan muchas piezas en museos o almacenes de Francia, sin fecha de retorno, el documental irradia una sensación de regreso optimista. Este tema es constantemente reflexionado por los jóvenes antropólogos y arqueólogos que intervienen en la película.
Diop no emite juicios sobre estas conversaciones; observa con calma y promueve el diálogo, extendiendo el debate a la audiencia. Quizá esta capacidad de trasladar la controversia a otros planos fue lo que llevó al jurado del último Festival de Berlín a premiarla con el Oso de Oro. Sin embargo, se puede señalar que la cineasta deja ciertos vacíos en la historia, especialmente en lo que respecta a la recuperación de los objetos. Aunque no se le pide una investigación detectivesca del caso, una explicación más detallada en ciertos pasajes ayudaría a dar una estructura más sólida, en particular sobre algunos hitos clave del proceso histórico.
A pesar de estas omisiones, la conexión entre historia e identidad se hace evidente al confrontar las injusticias del pasado con la identidad fragmentada de los habitantes de Benín, una fragmentación que a menudo es consecuencia de una lucha por la pertenencia y la autodefinición. El activismo poético de Diop nos invita a adoptar una perspectiva positiva, sin dejar de reconocer el peso del pasado represivo y autoritario.