Emilia Pérez
La reciente obra de Jacques Audiard, Emilia Pérez, ha generado un debate considerable tras su proyección en cines y las reacciones de un sector de la crítica y la audiencia mexicanas. A pesar de su atractivo visual y su ambicioso intento de entrelazar el género musical con problemáticas sociales contemporáneas, el guion se revela como su talón de Aquiles. Este análisis se enfoca en los aspectos narrativos de la película, examinando cómo su estructura, desarrollo de personajes y tratamiento temático contribuyen a una experiencia cinematográfica desequilibrada y, en última instancia, desalentadora.
Emilia Pérez nos presenta a Rita (Zoe Saldaña), una abogada que encubre actividades ilícitas de un peligroso narcotraficante llamado Juan “Manitas” Del Monte. Harto de su vida criminal, “Manitas” decide cambiar radicalmente y le propone a Rita ayudarle a fingir su propia muerte para iniciar una transición de género y convertirse en la mujer que siempre ha deseado ser: Emilia Pérez. La película sigue a Rita en este proceso, mientras lidia con las complejidades morales y emocionales que implica la transformación de su cliente y las consecuencias que esto desencadena en su propia vida.
Siempre será reconfortante que un creador adopte riesgos y transforme contextos para lograr una relectura de temas susceptibles o que con frecuencia están bajo el escrutinio público. Audiard es un gran cineasta. Es un artista audaz que se mueve con pericia por diversas temáticas y distintos géneros cinematográficos. En el caso de su última entrega, el francés evidencia una aspiración multifacética al intentar conjugar elementos de drama, comedia, thriller y musical. No obstante, esta ambición se convierte en su principal obstáculo. La película adolece de una estructura narrativa sólida, alternando entre tonos y géneros sin transiciones orgánicas. Esta fragmentación no solo dificulta la inmersión del espectador, sino que también diluye el impacto emocional de la historia.
Si bien el primer acto establece una premisa intrigante centrada en la transformación física y emocional de su protagonista, interpretada por Karla Sofía Gascón, a medida que avanza la trama, el guion introduce una serie de subtramas y personajes secundarios que no alcanzan el desarrollo necesario. Esta sobrecarga de ideas, en lugar de enriquecer la narrativa, la lastra, resultando en una historia que se asemeja más a un mosaico de conceptos inconexos que a una obra cohesionada.
El personaje de Gascón, que podría haber fungido como el eje emocional de la película, se reduce a una caricatura. Su transformación, tanto física como emocional, se aborda de manera superficial, sin explorar las complejidades psicológicas que merece. Los personajes secundarios, por su parte, se erigen como meros dispositivos narrativos, existiendo únicamente para hacer avanzar la trama o para servir como contrapuntos moralizantes.
Emilia Pérez aspira a ser una película socialmente relevante que aborde temas como la identidad de género, las complejidades del crimen organizado y la redención de sus personajes. Sin embargo, el intento de Audiard se viene abajo al reducir estas problemáticas a eslóganes superficiales y momentos melodramáticos carentes de originalidad, en lugar de explorarlos de manera profunda. La autenticidad no radica en la extravagancia narrativa ni en el atractivo comercial del guion, sino en el enfoque responsable hacia los temas tratados. Ser auténtico implica resistirse a la complacencia fácil y evitar sumarse a tendencias que sacrifican la esencia de una reflexión coherente sobre la sociedad mexicana. Esto, cabe aclarar, no está vinculado con asumirse como defensor de derechos humanos o como reconstructor de la historia nacional. Si bien Audiard tiene derecho a tomar licencias creativas, una mirada social reduccionista como la que plasma en su filme no puede escudarse en la libertad artística que todo creador detenta.
Emilia Pérez se revela como una película ambiciosa que no logra cumplir sus promesas. En el mejor de los casos, es un recordatorio de que incluso los cineastas más talentosos pueden extraviarse cuando priorizan la forma sobre el contenido. La falta de una estructura narrativa sólida, un desarrollo de personajes superficial y un tratamiento temático insustancial la convierten en una experiencia cinematográfica decepcionante.