Anora
El cine de Sean Baker se caracteriza por su enfoque intimista y su habilidad para retratar con empatía y autenticidad a personajes en los márgenes de la sociedad. A menudo utiliza actores no profesionales o de poca fama, lo que aporta un realismo casi documental a sus historias. Además, los guiones que escribe y desarrolla, encuentran un balance entre la inocencia, la belleza y la severidad que transmiten sus protagonistas, siempre en contextos poco convencionales.
Sus dos mejores películas hasta el momento, The Florida Project y Red Rocket, siguen la vida de personajes que no pierden la esperanza en el porvenir, pero que tienen dificultades para conseguir su lugar en el mundo. Lejos de verse como unos melodramas sociales, Baker otorga a sus obras un fino humor punzante y un recubrimiento dramático que escapa de los enfoques habituales para este tipo de temáticas.
En Anora, su última película, ganadora de la Palma de Oro en el Festival de Cannes del año pasado, Baker repite algunas de estas características, aunque su narrativa está respaldada por una estructura más ambiciosa y un ritmo cinematográfico más pulido comparado con sus trabajos anteriores.
Ani, quien prefiere ser llamada Anora y es interpretada por Mikey Madison, es una stripper que, durante una noche de trabajo, conoce a Vanya (Mark Eydelshteyn), un joven adinerado y extrovertido. Vanya es hijo de un magnate moscovita, lleva un estilo de vida lujoso y derrochador, pero también muestra comportamientos irresponsables e inmaduros, influenciado por el círculo social que frecuenta. Atraído por Ani, le ofrece dinero a cambio de su compañía y la invita a mudarse a su mansión por una semana, proponiéndole ser su “novia” durante ese tiempo. Ani acepta la propuesta, pero lo que comienza como un acuerdo conveniente plagado de sexo y drogas termina complicándose cuando la joven se ve atraída emocionalmente por el muchacho.
La historia planteada por Baker ofrece su propia versión -divertida y desinhibida, hasta un poco sórdida- de Pretty Woman, aunque trasladada a los círculos íntimos de la comunidad rusa en Nueva York. Las escenas nocturnas en bares, prostíbulos y discotecas sirven para explorar un submundo juvenil que refleja las actitudes y características de una generación. A través de la relación entre los protagonistas, Baker examina la perspectiva de jóvenes que viven al límite, como si cada día fuese el último, transmitiendo la idea de que la vida debe disfrutarse sin reservas.
En este contexto de desenfreno y amores platónicos, Madison destaca como una actriz cuya expresividad equilibra audacia física y profundidad emocional. Ani emerge como un personaje complejo, definido desde sus primeras apariciones por una vida interior intensa y una fisicalidad dinámica. La química entre Madison y Eydelshteyn se construye con notable organicidad: su relación evoluciona de forma compleja con el avance de la trama, transitando desde la idealización hasta la incomodidad. Aquí el amor duele, pero no destruye. Ani, en esencia, es una mujer de apariencia estoica que oculta vulnerabilidad.
Baker evita exposiciones directas para desarrollar a sus personajes, optando por detalles sutiles como la música y el vestuario. El progreso de Ani, por ejemplo, se insinúa a través de un look cada vez más modesto que refleja su fragilidad, complementado por expresiones faciales capturadas en primeros planos que recuerdan al Hollywood clásico.
Visualmente, Anora despliega un lenguaje fotográfico que evoluciona con la narrativa. Las secuencias iniciales emplean luces de neón y colores vibrantes para ambientar momentos de euforia colectiva. Cuando la relación entre Ani y Vanya se profundiza, la acción migra a espacios íntimos iluminados con tonalidades pastel. El acto final adopta una estética cercana al thriller, combinando paletas estridentes con claroscuros propios del cine noir. Baker demuestra maestría en el ritmo, sincronizando el tempo fílmico con la psicología de los personajes. El resultado es un despliegue visual con composiciones cuidadosas y movimientos de cámara precisos.
Como fábula contemporánea de la Cenicienta, Anora reemplaza príncipes y doncellas por una pareja de jóvenes inadaptados que navegan un camino lleno de obstáculos. La película aborda, desde una mirada singular, los límites del sueño americano y las barreras invisibles que impiden la igualdad y el progreso. En el fondo, es una reflexión sobre riqueza, poder y los confines del amor. Con su equilibrio entre humor y tragedia, la cinta consolida a Sean Baker como uno de los cineastas más originales de su generación, manteniendo su sello de historias visualmente potentes y argumentos fuera de lo convencional.