El brutalista
El brutalista no se ajusta a los parámetros que rigen el cine contemporáneo, particularmente a las dinámicas de consumo impuestas por las plataformas de streaming. Con una duración de casi tres horas y media, incluye un intermedio de quince minutos, presenta una estética fotográfica vintage, que junto a su abordaje de un tema recurrente, podrían sugerir una narrativa cercana a lo convencional. No obstante, estas características, paradójicamente, consolidan su condición de obra monumental. Galardonada con un Globo de Oro y un premio BAFTA como Mejor Película, la cinta destaca por su enfoque cinematográfico audaz, al explorar cómo el dolor, la frustración y el abuso operan como catalizadores de la redención de su protagonista.
La película cuenta la historia de László Tóth (Adrien Brody), arquitecto judío húngaro y superviviente del Holocausto que emigra a Estados Unidos tras la Segunda Guerra Mundial buscando un futuro mejor en el que no se sienta señalado por sus raíces. A la espera de su esposa Erzsébet (Felicity Jones), enfrenta la precariedad económica hasta que un contrato le ofrece la posibilidad de cumplir su sueño profesional. Harrison Lee Van Buren (Guy Pearce), un industrial poderoso y prepotente, se convierte en el mecenas que impulsa la construcción de un edificio brutalista concebido como redención artística. Sin embargo, la obra, símbolo de ambición y memoria, se ve afectada por la tensa relación entre Tóth y Van Buren, revelando la confrontación entre el idealismo arquitectónico y las implicaciones morales de colaborar con un agente del poder.
El brutalista desmitifica el sueño americano al presentar obstáculos que impiden su realización: racismo, desigualdad económica y abuso de poder. A través del conflicto entre sus personajes centrales, el director Brady Corbet expone la corrupción institucional y sus consecuencias en las víctimas del sistema. La narrativa, dividida en dos actos, emplea un ritmo pausado y una estética visual sobria para explorar la relación entre arte, poder y degradación humana. Reitero, la extensión del metraje funciona como crítica a la inmediatez del consumo cultural actual, mientras que la fotografía -preciosista y con una remarcación por alcanzar tonos lumínicos propios de la época- enfatiza la tensión entre el idealismo del arquitecto y la megalomanía del empresario.
El brutalista se configura, sin embargo, como un drama íntimo de carácter desgarrador. La cinta explora la autodestrucción de su protagonista, encarnado por Brody en un rol que encapsula la marginalidad y la incomprensión social. El arco de Tóth lo obliga a descender a las profundidades del vicio y la precariedad existencial como único camino para confrontar las exigencias de su ambición creativa. En este proceso, se enfrenta a una disyuntiva crítica: preservar el vínculo afectivo que sostuvo su esperanza -su esposa- o consumar su obra como legado artístico. Corbet tensa la cuerda narrativa al extremo, transformando el infierno personal de Tóth en un calvario existencial que precede a un ascenso tardío hacia el reconocimiento público. No obstante, esta validación —lograda en la vejez y bajo el deterioro físico— se presenta como una ironía trágica: el arquitecto obtiene redención simbólica, pero a costa de un vacío íntimo que el filme enfatiza mediante un desenlace melancólico.
El brutalista también se erige como una obra relevante por su enfoque revisionista, articulado con precisión crítica. La cinta analiza, desde una óptica antifascista, fenómenos como el espacio creativo de la Bauhaus previo al ascenso nazi, la migración de refugiados hacia Estados Unidos —idealizado como una tierra prometida— y la discriminación sistémica contra afroamericanos a mediados del siglo XX. Brady Corbet emplea estos ejes temáticos como dispositivo crítico contra las élites de poder y las ideologías opresoras que a lo largo de los años han restringido las libertades individuales y colectivas. En el contexto del cine contemporáneo, el filme destaca no solo por su rigor conceptual, sino por su capacidad para sintetizar memoria histórica y denuncia social, situándose como una obra imprescindible.