Las Compuertas de Luigi Bosca
Es muy usual que el vino blanco siempre se beba en verano, en un día de calor, o iniciando una comida como aperitivo. Su frescura, sí, su deliciosa y ácida presencia en el paladar despierta los sentidos, nos limpia y prepara para recibir alimentos o un circuito nuevo de sabores. Por eso, los vinos blancos siempre anteceden un gran festín.
Basta ya de ir directo al tinto; despierta, sométete al rito de la ciencia festiva de la gastronomía y deja salir a ese gourmand peruano que llevas dentro. Así como son varios platos en un almuerzo que cada uno va subiendo en potencia, proteínas y carbohidratos, en el vino es igual. Por eso el vino blanco existe en la mesa.
El orden adecuado sería burbujas, vino blanco, rosado, tinto, un dulce licoroso y un pisco, por dar un ejemplo de cómo sería bueno llevar la fiesta de la uva.
La versión negada
Todos pensamos que el vino blanco es para mujeres, pero hoy las encuestas mencionan que al vino blanco se le ha encontrado un sentido mucho más de complemento de vida al haber cambiado los papeles entre los sexos; hoy las féminas beben vinos de uvas más potentes que los hombres, y no potentes en alcohol sino en expresión.
Por eso, les traigo esta roca de mar. Así la llamo yo, porque me hace sentir que entro a una cueva en una isla perdida dentro de un sueño paradisíaco, lleno de esa mineralidad y equilibrio entre el relax, cazar tu propio pescado y hacerte un cebiche, sumergirte en un universo biodinámico sano y eterno, en donde no participan pesticidas ni químicos para su elaboración. Este es un vino de aquellos para llevar a un viaje donde te olvidas de todo. Tú y tu pareja llegan por fin a ese día en donde mandas todo a la papelera de reciclaje y donde la pantalla de tu computadora solo tiene la sombrilla y mucho mar, aislado del oleaje de la vida.