¿Debemos cambiar la naturaleza del crecimiento económico?
Desafortunadamente los poderes económicos y mediáticos han convencido a la mayoría de los peruanos de que el único objetivo de la política económica debe ser impulsar el crecimiento, que se lograría con la promoción de más inversión privada principalmente en los sectores extractivos. Sin embargo, esta es una media verdad, donde también entran en juego la intensidad de capital asociada, la relación capital-producto, su composición, el multiplicador del gasto, los encadenamientos de producción y empleo, entre otras variables, sin olvidar las externalidades negativas sobre el bienestar de una estrategia que soslaya como se logró y sus impactos ambientales, distributivos y en el empleo.
En una perspectiva diferente a la que domina en el Perú, en el número de septiembre de 2024 de la Revista Finanzas y Desarrollo del Fondo Monetario Internacional, con el título de esta nota, se discute como la búsqueda del crecimiento económico es una de nuestras ideas más preciadas, pero también una de las más peligrosas. El autor del artículo original es Daniel Susskind, profesor investigador del King’s College de Londres e investigador asociado principal del Instituto de Ética en la Inteligencia Artificial (IA) de la Universidad de Oxford. Aquí una reseña de su contenido.
Antecedentes
Susskind recuerda que la fortuna de nuestros líderes políticos depende de que suba o baje una cifra: el producto bruto interno (PBI). Sin embargo, rara vez nos preguntamos cómo se ha producido este ascenso y, lo que es más importante, si es algo bueno. Asimismo, si nos fijamos en los retos más graves a los que se enfrenta hoy nuestro planeta: desde el cambio climático y la destrucción del medio ambiente hasta la creación de tecnologías poderosas, como la IA, cuyos efectos disruptivos aún no podemos controlar adecuadamente, las huellas del crecimiento están por todas partes. En efecto, puede que sea una de las ideas más preciadas, pero también se está convirtiendo en una de las más peligrosas.
Según el autor, la obsesión por el crecimiento hace pensar que debe tener una larga e ilustre historia; que grandes pensadores habrán debatido antaño sobre su valor y la elevaron a la posición incuestionable que ocupa hoy, pero no es así. Se trata de una preocupación reciente. Durante la mayor parte de los 300,000 años de historia de la humanidad, la vida estaba estancada.
Historia
A la mayoría de los economistas clásicos les habría parecido inimaginable la búsqueda activa del crecimiento como una prioridad de las políticas. Los padres fundadores de esta disciplina: Adam Smith, David Ricardo, John Stuart Mill daban por sentado la perspectiva de un inminente estado estacionario en el que cualquier período de florecimiento material llegaría inevitablemente a su fin. De hecho, incluso si esa idea se les hubiera ocurrido a aquellos primeros pensadores, habría sido imposible en la práctica, pues las mediciones fiables del tamaño de la economía no surgieron hasta la década de 1940.
Se anota que estos economistas clásicos no fueron los únicos que no le prestaron atención al crecimiento. Casi ningún político, autoridad o economista habló de la búsqueda del crecimiento antes de la década de 1950. Entonces, ¿por qué la idea del crecimiento, desestimada durante tanto tiempo, experimentó un repentino aumento de popularidad a mediados del siglo XX? Una de las principales razones fue la guerra.
Guerra fría
Susskind señala que, al finalizar la Segunda Guerra Mundial, comenzó la Guerra Fría. No había un gran teatro de operaciones en el que se enfrentaran directamente, ni se disponía de las cifras de los conflictos tradicionales: territorio ganado, soldados perdidos, armas destruidas para saber quién iba ganando. Por lo tanto, otros indicadores cobraron importancia, y el que más lo hizo era de orden económico: la rapidez con la que crecían las economías estadounidense y soviética.
En buena medida, la Guerra Fría se definió por la preparación para un gran conflicto potencial y la notable acumulación y demostración de poderío militar. Para ello, el crecimiento era fundamental: cuanto mayor fuera la economía de un país, más podía gastar en sus fuerzas armadas. Al mismo tiempo, crecer más que el enemigo llegó a considerarse la forma definitiva de convencer a los ciudadanos en la batalla de las ideas: el sistema de mercado frente a la planificación central. Se iniciaba así una nueva era de crecimientomanía.
Impactos positivos
El autor anota que el crecimiento también está asociado a casi todos los indicadores de prosperidad humana. De hecho, liberó a miles de millones de personas de la lucha por la subsistencia, reduciendo la pobreza extrema de 8 de cada 10 personas en 1820 a solo 1 de cada 10 en la actualidad. Prolongó y mejoró la vida humana, convirtiendo la obesidad, en lugar de la hambruna, en el principal problema del mundo rico. Y sacó a la humanidad de la ignorancia y la superstición: si 9 de cada 10 personas eran analfabetas en 1820, hoy en día 9 de cada 10 saben leer y escribir.
La lista de beneficios del crecimiento no se detiene ahí. Susskind anota para empezar, que ayudó a pagar las grandes ambiciones de la posguerra: el New Deal, la seguridad social, los planes quinquenales. Además, prometía facilitar considerablemente la política cotidiana, y parecía que todos podían beneficiarse de ello. El crecimiento también hizo que pareciera posible escapar de los conflictos y desacuerdos que tan a menudo asolan a la sociedad. La promesa del crecimiento ha sido, y sigue siendo, incontestable resalta el autor.
Costos elevados
Se señala que la incesante búsqueda de crecimiento ha acarreado un precio enorme, con consecuencias destructivas que aún no comprendemos del todo. Ese precio se suele expresar en términos medioambientales: el crecimiento nos lleva hacia una catástrofe ecológica, los últimos ocho años han sido los más calurosos de la historia de la humanidad y el cambio climático es ahora una emergencia climática. Pero el crecimiento también está relacionado con muchas de las demás preocupaciones principales de la gente sobre el futuro.
Las tecnologías promotoras del crecimiento a las que hemos recurrido también han creado desigualdad: han hecho a la humanidad más próspera, pero también más dividida. Han amenazado el trabajo y socavado la política: la IA y otras tecnologías están alterando los mercados laborales y la vida política de una manera que no está claro que podamos controlar. Y han sido disruptivas para la comunidad, impulsando algunos sectores, pero destruyendo otros y diezmando las fuentes tradicionales de sentido colectivo. El crecimiento nos plantea ahora un dilema. Está asociado a muchos de nuestros mayores triunfos, pero también a muchos de nuestros problemas más graves.
Decrecimiento como disparate
El movimiento del decrecimiento propone una respuesta radical: si el crecimiento es el problema, entonces menos crecimiento, ningún crecimiento, o un crecimiento negativo ha de ser la solución. Esta propuesta, que comenzó entre un puñado de académicos preocupados por la ecología hace unas décadas, se ha extendido y ahora cuenta con el apoyo de destacados ambientalistas y activistas. Tienen razón en que no podemos continuar en nuestra actual trayectoria de crecimiento.
Sin embargo, este movimiento se basa en un malentendido sobre el funcionamiento real del crecimiento económico, un error que se refleja en la máxima de que no es posible un crecimiento infinito en un planeta finito. En realidad, sí es posible. Esta perspectiva material es una distracción. El crecimiento no proviene de utilizar más y más recursos finitos, sino de descubrir más y más formas productivas de utilizar esos recursos finitos. En otras palabras, no proviene del mundo tangible de los objetos, sino del mundo intangible de las ideas. Además, no muestra lo catastrófico que sería congelar el PBI a los niveles actuales o renunciar a los beneficios de los niveles de vida más altos.
Ideas clave
Susskind señala que el punto de partida ha de ser que necesitamos más crecimiento. Sin crecimiento no tendremos ninguna posibilidad de alcanzar nuestras aspiraciones sociales más básicas, desde erradicar la pobreza hasta proporcionar una buena asistencia sanitaria universal, entre muchas otras. Para ello se debe tener claro que el crecimiento proviene del progreso tecnológico, impulsado por el descubrimiento de nuevas ideas sobre el mundo. Preguntarse ¿cómo generamos más crecimiento? es lo mismo que preguntarse ¿cómo generamos más ideas?, para lo cual se requiere hacer cuatro cosas.
Para empezar, se anota que debemos reformar nuestro régimen de propiedad intelectual, que con demasiada frecuencia protege el statu quo, mimando a quienes descubrieron ideas en el pasado a expensas de quienes quieren utilizarlas y reutilizarlas en el futuro. Es un régimen anticuado. Y amenaza con desaprovechar las oportunidades de las nuevas tecnologías, como la IA generativa ofreciendo demasiada protección para el material con el que se forman estos sistemas respecto del extraordinario material que podrían crear.
I+D
Por otro lado, se debe invertir mucho más en investigación y desarrollo (I+D), cuyas tendencias y niveles son desalentadores. En Francia, los Países Bajos y el Reino Unido, por ejemplo, el gasto en I+D como porcentaje del PBI se ha desplomado desde mediados del siglo XX. En Estados Unidos lleva décadas estancado en los niveles de finales de la década de 1960. Incluso los esfuerzos del líder mundial en la materia, Israel, que invierte el 5.4% del PIB en I+D cada año, parecen modestos en comparación con la inversión de las empresas punteras. Ningún país puede esperar un flujo constante de nuevas ideas a menos que dedique recursos suficientes a su descubrimiento.
Por otra parte, es fundamental reducir la desigualdad y ayudar a las personas a entrar en los sectores económicos que generan ideas. Por ejemplo, Estados Unidos podría cuadruplicar la innovación si las minorías raciales, las mujeres y los niños de familias con bajos ingresos inventaran al mismo ritmo que los hombres blancos de familias de altos ingresos.
Abundan los argumentos morales de peso contra la desigualdad, pero desde un punto de vista económico es también extraordinariamente ineficaz un mundo en el que algunas personas no pueden descubrir y compartir las ideas que podrían generar y difundir si tuvieran las condiciones adecuadas. Y por último, y esto es lo más radical, debemos utilizar las nuevas tecnologías para que nos ayuden a descubrir ideas.
Oportunidad existencial
Susskind finaliza señalando que se debe utilizar todas las herramientas a nuestro alcance para cambiar la naturaleza del crecimiento y hacerlo menos destructivo respecto a las muchas otras cosas que podríamos valorar, desde una sociedad más justa hasta un planeta más sano. Se debe hacer todo lo posible para que los incentivos que se presenten a las personas no reflejen simplemente sus estrechas preocupaciones como consumidores en un mercado, sino también sus inquietudes más profundas en cuanto ciudadanos en una sociedad.