Así pasé de odiar a amar la acreditación en salud
La tecnología no solo simplifica este proceso: también le da sentido a esa acreditación que percibimos tan burocrática.
Por Eliana Quijada, enfermera y desarrolladora en Continuum.
Muchos profesionales de la salud nos asustamos cuando escuchamos la frase “calidad y seguridad del paciente”. Solemos relacionarla exclusivamente con el complicado y burocrático proceso de acreditación. Y, te lo confieso con pena, yo pensaba lo mismo.
Se entiende. A medida que los centros de atención se complejizan, más pacientes sufren si hay errores. Cada vez es más difícil mantener los estándares de seguridad. Sobre todo, cuando el profesional sanitario no siempre dispone del tiempo suficiente para centrarse en estos aspectos.
Pero el proceso de acreditación no lo es todo cuando hablamos de calidad. Muy pocos lo miran así. Es importante, pero solo es la punta del iceberg.
Entender esto cambió mi vida. Y la forma en que veo nuestro trabajo en salud. Pasé de odiar los procesos para asegurar la calidad de la atención a ser una evangelizadora de ellos.
Esta es mi historia.
La calidad en la atención es mucho más que solo acreditar y olvidarse hasta la siguiente evaluación.
Según la OMS, “la calidad de la atención es el grado en que los servicios de salud para las personas y los grupos de población incrementan la probabilidad de alcanzar resultados sanitarios deseados y se ajustan a conocimientos profesionales basados en datos probatorios”.
Mucho de este trabajo se realiza a mano.
Esta es la principal causa de que se sienta como un montón de procesos tediosos, más propios de una burocracia sin sentido que de un estándar que debemos cuidar día a día.
Lo cierto es que no se trata solo de cumplir protocolos, sino también de evaluar qué se está de verdad implementando y si se hace de forma correcta.
Odiaba la acreditación
Cuando ingresé al mundo laboral como enfermera hace siete años, sabía que existían protocolos que todos debíamos cumplir en las instituciones de salud. Tenía nociones aisladas del concepto de calidad, pero la sentía como una función totalmente ajena a mis labores.
Estoy segura de que esto no solo me pasaba a mí o a mis colegas: otros profesionales de la salud tienen la misma percepción.
Veía la acreditación como un proceso burocrático, donde nos hacían recitar los datos que debía tener el brazalete del paciente y los flujogramas que debíamos seguir en caso de accidentes cortopunzantes o emergencias vitales en los pasillos de la institución, por ejemplo.
Pero unos años después, las vueltas de la vida me llevaron a un cargo como encargada de la continuidad de atención en una sala de pacientes hospitalizados.
Casi sin darme cuenta, me fui transformando en una ‘predicadora’ que transmitía la importancia de conocer e impregnarse del deber de velar por la calidad y seguridad.
No fue una tarea fácil, ya que hay normas que suelen estar más incorporadas al quehacer diario –el lavado de manos, por ejemplo– pero otras no tanto, como realizar un registro completo.
Velar por la calidad no era mi única tarea en este puesto, pero era una de las que más tiempo me tomaba.
Invertía gran parte del esfuerzo en transmitir al resto del equipo de salud la importancia de la evaluación de la calidad.
Quería que entendieran que el objetivo de estas evaluaciones era dar guías para entregar el tratamiento más seguro posible a nuestros pacientes y no solo servir como medida de control.
Acreditación y medición de la calidad con sentido
En paralelo a ese trabajo, empecé a aprender programación. Y ahí tuvo mucho más sentido para mí la idea de tener formas confiables de medir cada día cómo atendemos al paciente. Es la única forma de dirigir los esfuerzos a mejorar esta atención.
Como menciona la OMS, “la calidad debe medirse y supervisarse continuamente a fin de impulsar mejoras. Esa labor se basa en datos precisos, oportunos y útiles para adoptar medidas. La integración de las iniciativas mundiales y nacionales de medición es fundamental para garantizar que los países recopilen datos relevantes y utilicen esos datos para transformar y mejorar sus sistemas de prestación de servicios. Por ejemplo, el papel de los sistemas de aprendizaje y de notificación de eventos adversos es fundamental en ese contexto”.
Estudiando, comencé a pensar que realmente había muchísimas actividades en mi día a día que podrían automatizarse o digitalizarse. Por ejemplo, la organización de los protocolos, la aplicación de pautas, la contabilización de los indicadores y el traspaso de los datos a las planillas.
Estas son solo algunas de las tareas que debía realizar de forma manual. Requieren mucho tiempo, pero –lo más grave– quedan expuestas a errores.
En las horas extras que dedicaba a estas labores después del trabajo, soñaba despierta con tecnología que me ayudara a optimizarlas.
En ese momento, con pocos conocimientos de programación, lo veía como algo lejano. Sentía que solo podría acceder a esas herramientas o soluciones en países con más recursos.
Pero, en realidad, es más accesible de lo que creía.
Hoy, completamente inmersa en el mundo de la tecnología como desarrolladora de software para el sector salud, entiendo que la tecnología es una herramienta que simplifica, agiliza y hace más seguras las actividades del día a día de un profesional clínico.
Sin embargo, el foco no debe estar en la tecnología misma o en la tarea puntual que se quiere realizar.
El centro debe estar en la persona, el profesional que lo utiliza y el paciente. Este último se beneficia tanto de recibir una atención segura como de la mayor disponibilidad de tiempo del profesional para, precisamente, atenderlo.
Si la tecnología es bien utilizada, diseñada e implementada, podemos realizar e incorporar de forma más natural tareas que en otros contextos pueden ser toda una ceremonia.
Y si cambiamos eso, abandonaremos la idea de que la calidad en la atención de pacientes es solo burocracia y papeleo. Al fin, la entenderemos como lo que de verdad es: una oportunidad para atender a los pacientes de una manera mucho más justa y segura.
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