Eficiencia y competencia en la interoperabilidad: pensar desde los usuarios
La palabra “interoperabilidad” es una de esas que siempre hacen que la audiencia mueva su cabeza en señal de aprobación. A todos nos suena la interoperabilidad como algo positivo, y lo es. Pero en realidad, no necesariamente entendemos lo que significa en la práctica, cuáles son los pasos para lograrla y los retos o riesgos que se pueden generar.
Una de las razones que nos hace identificarnos positivamente con ese concepto, es que muchos nos hemos visto impactados como consumidores ante dificultades de interoperabilidad, es decir, cuando dos tipos de sistemas no interactúan entre sí. Recuerdo por ejemplo, hace ya muchos años, cuando con un grupo de amigos nos reuníamos virtualmente a pasar un buen rato en un juego de consola. Hubo un cambio de generación y en la actualización, algunos de ellos decidieron cambiar de marca. No nos pudimos poner de acuerdo y hasta ahí llegaron los “jueves de Call of Duty”. Los sistemas de las dos principales marcas no eran interoperables, y se acabó el buen plan de cada dos semanas, para felicidad de nuestras familias.
No obstante, la incompatibilidad de videojuegos no hace que ningún regulador se trasnoche. No es algo en que el Estado intervenga, dado que no se considera que haya un impacto social relevante, por la no-interoperabilidad. De hecho, hay muchos sistemas que uno diría son de mucho mayor relevancia para las personas y la economía, en relación con los cuales tampoco intervienen los reguladores.
Por ejemplo, los sistemas de mensajería ampliamente utilizados (y de manera masiva por consumidores y empresas), no son interoperables entre sí: WhatsApp, Teams, Zoom, solo por mencionar algunos. Y a pesar de eso, no vemos a ningún regulador emitir normativas para que las compañías que operan dichos sistemas, se pongan de acuerdo para hacerlos interoperables, de tal manera que en un lado de la comunicación un usuario pueda usar el sistema A y en el otro extremo, pueda alguien conectarse a través del sistema B.
Existen otros espacios en los que los reguladores sí están siendo mucho más proactivos para resolver el tema de la interoperabilidad, y con toda razón. El sistema de pagos es un claro ejemplo. El Banco Central de Reserva (BCR) ha emitido regulación, precisamente para buscar que un consumidor que busca enviar dinero a un amigo o familiar, pueda hacerlo usando el sistema A, incluso cuando el destinatario use el sistema B. Parecería que, en el mundo ideal, cualquier consumidor debería tener la posibilidad de enviar dinero o hacer un pago usando cualquier tipo de sistema de pago sin que sea un obstáculo que el comercio o usuario receptor use un sistema diferente. Incluso, en un futuro, parecería ser deseable que cualquier nuevo sistema de pago que se implemente (ej. Una nueva billetera de un banco o un sistema de pago basado en blockchain), debería también conectarse a la gran red de pagos, haciéndose interoperable.
Ahí es importante considerar que la “necesidad de interoperabilidad” puede ser resuelta de diferentes maneras. En general, existen opciones resueltas por la regulación o por el mercado. En el primer caso, un regulador establece mandato de interoperabilidad, normalmente con un cronograma de implementación. En ese escenario, los operadores de sistemas quedan obligados a que sus sistemas interactúen entre sí. Eso es posible, dado que, en la tecnología, prácticamente todo es posible, siempre que se pueda programar una lógica en un lenguaje de computación. En últimas, se trata de programar ceros y unos.
Pero el mercado también puede resolver, y de manera muy eficiente, el reto de interoperabilidad. Ya muchos años después de mi ejemplo del Call of Duty, y siendo padre de familia de una adolescente, me ha sorprendido muchísimo cómo hoy en día hay juegos multi-plataforma, en los cuales los participantes interactúan en tiempo real, usando no solamente consolas de diferentes marcas, sino también teléfonos inteligentes, tabletas, todos estando habilitados por sistemas operativos completamente diferentes (IOS, Android, Windows, etc). Pero curiosamente, ese grado de interoperabilidad no se logró nunca por un mandato o intervención del regulador, sino por acuerdos de industria que se alinean por el objetivo común de ofrecer un excelente producto al consumidor final, quien hoy en día tiene muchas opciones de entretenimiento.
Pero a veces, también buscamos límites a la interoperabilidad. Por ejemplo, cuando una tecnología no ofrece seguridad o prevención de riesgos, podemos querer no interoperar con dichos sistemas. ¡El ejemplo más claro es el de la llave y el cerrojo! Por definición, de lo que se trata es que las llaves no sean interoperables con todos los cerrojos.
Ese ejemplo, es muy relevante porque en el mundo de pagos tenemos una situación que genera una cierta similitud. Como consumidores, claramente no queremos que el acceso a nuestros fondos está abierto, y sea interoperable de una manera en que no existan mecanismos adecuados de autenticación, o trazabilidad para generar responsabilidad e incentivos de prevención adecuados, por parte de todos los jugadores que participan en la cadena.
En otras palabras, queremos la conveniencia para poder hacer pagos de nuestro sistema A, hacia amigos, familiares o vendedores que usan un sistema B, pero no queremos que, con ocasión de ese propósito, se abran ventanas para que se caiga la pelota entre los jugadores, y cuando haya una pérdida de recursos, los diferentes participantes terminen mirándose entre sí, sin asumir responsabilidad.
Ese es uno de los grandes retos que generan la interoperabilidad entre sistemas, no sólo en Perú, sino también en otros países que están en procesos similares, como Argentina y Colombia. Los reguladores precisamente están buscando establecer todas las salvaguardas para brindar la conveniencia sin olvidar la seguridad, pero es muy importante poner el foco también en la educación al consumidor; el cual, sin tener que volverse un experto sobre el funcionamiento del sistema de pago, sí tenga familiaridad con unos conceptos básicos, que le permitan también limitar su propia exposición al fraude.
Por ejemplo, tener conciencia sobre las opciones que dos consumidores financieros (ej. Un cliente y un comercio), tienen hoy en día para realizar y recibir un pago. Así, en adición de los modelos tradicionales de marca de tarjeta, las opciones serán muy pronto:
1. Usar un sistema de circuito cerrado en el cual los dos consumidores tienen una cuenta en el mismo sistema (ej. Yape, Plin).
2. Usar un modelo de interoperabilidad privado entre dos marcas (Ej. Modelo de interoperabilidad Yape – Plin)
3. Usar un modelo de interoperabilidad múltiple, en el cual participan más jugadores de mercado (ej. Cámara de Compensación Electrónica).
Estos son ejemplos, con una visión a lo que existirá en el corto plazo en el mercado, pero seguramente, aparecerán más opciones para los consumidores. Lo más importante es que cada una de dichas opciones ofrezcan una mejor experiencia, estándares de seguridad, disponibilidad en línea, costo para las partes, y cualquier otro elemento que sea relevante para el consumidor, pues finalmente es él el que terminará eligiendo lo que más le convenga.
Seguramente, con este gran empujón a la interoperabilidad con el que está comprometido el BCR, también habrá espacios futuros para que el mismo mercado profundice la misma, como ocurrió en el caso de los juegos de video.