Cuando el cambio empieza por nosotros mismos
Cuando el cambio empieza por nosotros mismos
Desde que la pandemia por la COVID-19 llegó a nuestras vidas, todo se transformó. Planes familiares, negocios, proyectos de vida, estudios … todo quedó paralizado y en incertidumbre, a la espera de regresar en algún momento a la “normalidad”. Y mientras seguimos esperando, miles y miles de familias han visto cómo sus ingresos disminuían y sus ahorros (si es que los había) desaparecían, mientras la pobreza y la inseguridad alimentaria se apoderaban de sus hogares. Las familias se vieron obligadas a incluir estrategias para afrontar la situación entre ellas: eliminar el almuerzo o reducir las cantidades que servían, mientras que miles de personas pasaban a depender de las ollas comunes, los bonos, las donaciones o los servicios sociales para asegurarse una comida diaria. Esa es la realidad que estamos viviendo, y que no podemos negar.
Sin embargo, este golpe de realidad puede convertirse en una oportunidad, especialmente para cambiar la forma de entender la pobreza y el hambre y, por tanto, mejorar las formas que tenemos de abordarla.
Quizás este sea el momento de repensar nuestros mecanismos de responsabilidad social empresarial y trabajo comunitario. El problema que abordamos es demasiado grande y un solo actor no podrá cambiar la situación. Por eso, este es el momento de promover ese cambio que ya muchos empresarios han iniciado. Ese cambio que nos mueva a apoyar a los más débiles no sólo con donaciones puntuales, sino convirtiéndonos en motores del cambio social, trabajando junto con las comunidades, organizaciones sociales, instituciones y todos los actores del territorio, desarrollando sus fortalezas, individuales y comunitarias, sin generar dependencias. Porque somos la primera generación capaz de acabar con el hambre. Muchos son los que ya han empezado a avanzar por esta senda, pero aún nos hacen falta aliados.
Como cualquier cambio, este abordaje de la lucha contra el hambre implica repensar lo que hacemos hasta ahora. Implica ampliar nuestra mirada, de lo puntual hacia lo integral, del individuo al territorio, de forma que podamos definir una hoja de ruta que impacte no solo en las personas sino en sus comunidades, instituciones y sistemas en los que se desarrolla. Implica aceptar que, por mucho que queramos, el hambre y los problemas sociales que la acompañan no desaparecen inmediatamente, y que como agentes del cambio debemos comprometernos a medio y largo plazo. Debemos seguir apoyando a aquellas personas con necesidades humanitarias urgentes, que necesitan de nuestra ayuda para acceder a bienes y servicios esenciales sin los cuales no tendrán una vida digna. Pero, además, como señala Acción contra el Hambre, se deben abordar los desafíos comunes que afectan en su conjunto a las personas que se encuentran en los territorios con peores condiciones estructurales y sociales. El sector privado, con su experiencia en la planificación estratégica e implementación eficiente de proyectos y su alta eficiencia operacional y logística, tiene la oportunidad de impactar en aquellos territorios con mayor exclusión socioeconómica e inseguridad alimentaria y nutricional, trabajando de la mejora con programas sociales y redes de protección social, empleando estrategias efectivas y pertinentes a los contextos locales, sostenibles y con alto impacto social.
Porque el hambre ha vuelto al país. Porque la desnutrición está reapareciendo. Porque lo que nos jugamos es el presente y futuro de nuestros niños, niñas y adolescentes. Porque está en nuestras manos evitarlo. Porque sí lo podemos lograr, trabajando juntos… Por nuestra infancia… Contra el hambre ¡cambiemos!