Ese gigante dormido al que llamamos conciencia
Hay personas que viven toda su vida en silencio, en un silencio atronador que no les deja escuchar otra cosa que su propia voz. Hay personas que viven ciegas, ciegas a todo lo que no sea su propia realidad, quizás porque nunca vieron, o porque nunca quisieron ver. Hay personas que viven mudas, y su única voz es el eco de los que les rodean.
Sin embargo, todas esas personas tienen en su interior ese gigante dormido al que llamaremos conciencia. Una conciencia que, en este 5 de abril, tratamos de despertar en todos ellos.
Quizás despierte porque alguien a quien queremos es hospitalizado, y descubramos entonces los problemas de los sistemas sanitarios. O quizás porque nuestra vecina es ucraniana y vivimos con ella todo el proceso de sacar a su familia de una zona en guerra, descubriendo toda la crueldad de la que es capaz el ser humano. Quizás un día nuestro hijo nos hable de cómo su nuevo compañero de escuela, sirio, le ha enseñado un dibujo de las bombas que destruyeron su casa. O simplemente una mañana, mientras tomamos un café, escuchemos la historia del camarero que nos atiende, venezolano, y nos demos cuenta de lo mucho que tenemos en común con él…
Da igual cómo ocurra, lo importante es que despiertes. Para enseñarnos a cuidar de nuestros sistemas de justicia, para proteger la democracia, para fomentar la solidaridad, generación tras generación, o para defender los derechos humanos, haciendo visibles a los invisibles.
El Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR) define el término “conciencia” como “la capacidad que tenemos los seres humanos para percibir, reconocer y comprender los problemas y las necesidades que tienen las personas de nuestra comunidad, entidad, grupo social o tribu.” Además, señala que “implica analizar, reflexionar y tomar postura frente a los problemas conjuntos, teniendo en cuenta que lo que afecta a cualquier miembro de la estructura social tiene un impacto directo en los demás, tanto si es negativo como positivo”.
No es necesario alejarnos demasiado para reconocer situaciones en las que lo que afectó a uno de nosotros, afectó a nuestra sociedad en su conjunto ¿o ya empezamos a olvidar la pandemia de COVID-19 que aún nos envuelve?
Para bien o para mal, en mi trabajo diario en Acción contra el Hambre es imposible ser sorda, ciega o muda. Cuando escuchamos el grito de las mujeres desaparecidas, cuando vemos a los niños desnutridos acudir a las ollas comunes, cuando nuestra voz se convierte en la voz de aquellos que no quieren ver desaparecer sus derechos. Pero también cuando detectamos esa mirada de agotamiento en los compañeros y compañeras, en la que de repente aparece “ese brillo” que te dice que hoy, quizás, despertaron otro gigante dormido; que hoy, quizás, sumaron una persona más a la lucha contra el hambre; que hoy, quizás, alguien más dejó de ser ciego, sordo y mudo, y pasó a la acción.
Por eso, para todos los que hacemos Acción contra el Hambre, el Día de la Conciencia es un día para agradecer. Agradecer a todos los que despertaron ese gigante en su interior y se sumaron a las campañas de solidaridad que surgieron en el país. Agradecer a todos los que nos apoyaron con donaciones. Agradecer a las empresas que se sumaron a la acción, y acompañaron la lucha contra el hambre. Agradecer a las instituciones del Estado, y a sus profesionales, que a pesar del cansancio nunca dejan de abrir las puertas a otros actores como ONG’s o empresas, haciendo que nuestro trabajo llegue a más y más ciudadanos y ciudadanas en nuestro país, sin importar raza, sexo o nacionalidad.
Y permítanme un agradecimiento más, a nuestros equipos, quienes con gran profesionalidad no cejan en su empeño de que entendamos que, si todos nos unimos, el hambre se termina. Porque somos la generación que puede acabar con el hambre, porque tenemos los medios y los conocimientos para ello, porque solo hace falta despertar a ese gigante dormido, y nosotros estamos dispuestos a hacer lo que haga falta para conseguirlo.
¿Y tú, estás despierto?