La paz como conciliación
La visión de que los ámbitos de los actos cotidianos y de los actos políticos están separados es muy común. Y sin duda es considerable la brecha entre las acciones de los ciudadanos de a pie y las de los actores políticos, debido al impacto significativamente mayor que poseen las segundas respecto de las primeras. Cuando los ciudadanos perciben que los políticos están sumidos en sus propias batallas por el poder sin considerar el interés público, se genera escepticismo y alienación respecto de la vida política. Se vuelven temas que nos impactan y, a la vez, paradójicamente, dejan de interesar a los ciudadanos, al no sentirse capaces de actuar o responder.
Pero la comprensión de la vida en comunidad nos debería ayudar a comprender que todos, sin excepción, y sin importar cuánto poder o influencia tengamos por los demás, somos actores cívicos. Esta es una manera de traducir en palabras más actuales la vieja concepción aristotélica del ser humano como “animal político”, es decir, como ser que, para llegar a cumplir sus capacidades, debe vivir en comunidad.
Cuando es mal comprendido, el civismo se reduce al cumplimiento de ciertas normas que forzosamente el ciudadano debe acatar. Bien comprendido, en cambio, el civismo es una actitud razonada, que comprende las normas de convivencia, pero puede ir más allá de ellas.
Visto de esta manera, todo ciudadano puede contribuir a la paz, que es uno de los fines últimos, el más importante, de la política. La solidaridad con los más vulnerables, el respeto a la palabra empeñada, la honestidad en las pequeñas y grandes negociaciones, la apertura al diálogo con quien piensa diferente, la búsqueda común de la verdad y de la justicia, son formas de contribuir al sostenimiento de una comunidad predispuesta a la paz.
La palabra “paz” parece en principio demasiado grande como para ser el fruto de pequeñas acciones diarias y colectivas. Sin embargo, estas son la auténtica raíz de una sociedad que decide vivir en armonía y buscando la prosperidad y el bienestar para todos. Por ello podemos decir que la paz requiere que alcancemos una perspectiva extensa del valor de nuestras pequeñas acciones.
Son tiempos difíciles para hablar de paz. La tecnología de la guerra está demostrando nuevamente su enorme poder destructor. Pero esta tecnología no sería letal sin la hybris incontrolable de grupos corruptos y corruptores que parecen querer volver a las peores épocas del siglo pasado.
En el Perú, el desafío reside en recomponer un sistema de instituciones que sostenga los balances del poder y que a la vez permita que los distintos sectores de la sociedad estén dispuestos a conversar sobre sus intereses y lo que podemos hallar en común. Lamentablemente, se ha impuesto la visión del otro como enemigo, lo que presupone su aniquilación, un juego de suma cero. La política desde una perspectiva democrática presupone en cambio que los intereses en conflicto pueden resolverse buscando un sentido de justicia en la que todas las partes ganen y la comunidad logre así la conciliación.