Todos deberían ser feministas… y más humanos
Este es el primero de varios artículos que pienso escribir a través de esta plataforma a la que considero la más apropiada para invitar al análisis y la reflexión sobre temas de los que hay tanto que decir.
Creo en las relaciones humanas, realmente humanas. Es decir, que nos valoremos las unas/os a las/os otras/os. En razón a ello tengo el privilegio de impulsar dos organizaciones que ponen a la persona en el centro de la acción: WomenCeo Perú y el Instituto Peruano de Empresas y Derechos Humanos-IPEDHU. Tras más de 30 años de ejercicio en la dirección jurídica de organizaciones privadas y públicas, siendo una liberal por naturaleza y una humanista por excepción, he escogido hace unos años tomar acción en favor del liderazgo de las mujeres y la conducta empresarial responsable, y esta columna abordará ambas materias, que en la práctica abordan lo mismo, porque hablar de género y liderazgo, es hablar del respeto a los derechos humanos, principalmente al de la igualdad y no discriminación. Y para comenzar esta primera columna, lo haré teniendo como fuente de inspiración un libro que recomiendo, corto y directo a la vena, de Chimamanda Ngozi Adichie, “Todos deberíamos ser feministas”, el cual tomo como título, y al que le he adicionado una pequeña reflexión personal.
El pensamiento humanista surge con la cultura greco romana y ha venido teniendo una serie de expresiones históricas, filosóficas, y por supuesto, religiosas, políticas y culturales. Es una expresión base y sustento de la cultura occidental que en sentido general hace referencia a cualquier doctrina en el que se afirme la dignidad humana por encima de cualquier otra, así como al ser humano en su autonomía, libertad, expresiones transformadoras, e incluso destructivas, es decir, lo que significa ser esencial y auténticamente humano. Y cuando hablamos de dignidad humana, hacemos referencia al valor inherente al ser humano por el simple hecho de serlo. Todos somos valiosos. Todos debemos valorar a otros y valorarnos. Y cuando hablamos de igualdad de género, hacemos referencia a que todas las personas tenemos iguales derechos y oportunidades, así como tomar consciencia sobre los factores exógenos y endógenos por los cuales esa igualdad sea aún un tema de agenda pendiente para el mundo. La igualdad de género, como lo sostiene las Naciones Unidas, no solo es un derecho humano fundamental, sino que es uno de los fundamentos esenciales para construir un mundo pacífico, próspero y sostenible.
Tras el derecho a la igualdad de género, está en su quinta esencia la exigencia a valorar a las mujeres por lo que somos, por lo que queramos ser, y no por lo que se nos imponga social, religiosa o estructuralmente. Chimamanda Ngozi lo tiene claro cuando dice que no es fácil tener conversaciones de género porque pone incómoda a la gente y a veces, hasta las irrita. Tanto en hombres como en mujeres, se resisten a conversarlo o lo que es peor, le restan importancia porque estamos hablando de la necesidad de hacer cambios. De cómo vemos la vida en el peor de los casos, de cuestionar en parte como nos han formado, de tener que confrontar mensajes o conceptos que traemos incorporados en nuestro subconsciente.
Es cierto que el mundo ha venido reconociendo el avance y la consolidación de las mujeres en los últimos 30 años. Mujeres que lideran diversos espacios, sin subordinación y con nombre propio, como lo vemos en nuestras familias, en nuestra vecindad, en nuestras organizaciones, en la academia, las fuerzas armadas, la sociedad. Pero no ha sido algo que “se nos ha permitido”, ha sido la regla aplicada con eficacia del tres veces más. Sí. Sin duda. Porque cuando hace unos años me preguntaban cómo hacía para tener un cargo de responsabilidad en más de un país, ser madre y activista social, mi respuesta siempre era, aplicando esta regla, siendo tres veces mejor profesional, mejor madre, mejor amiga, mejor hija.
Hoy en día la descalificación la asume quien quiera y cada vez menos se someten a ella, porque hoy la regla está en que todas tenemos igualdad de oportunidades y si nos van a descalificar también habrá que sincerar el desempeño de tantos hombres que vienen jalados aun sin tener la valla social. Y esto no es confrontarnos entre género o disputar, es sincerar y no discriminar. Son tiempos diferentes, donde el ejercicio de la libertad y el respeto a la dignidad es real en muchos contextos, aunque en muchísimos otros aún no, y por ello, hoy hablar del 8M, Día Internacional de la Mujer, no significa felicitarse. Es tomar reflexión y consciencia que, si hoy todos valoramos más las ventajas del aporte de las mujeres en todo ámbito, en particular cuando lideran, se debe a que hubo muchísimas atrás luchando, confrontando, imponiendo su verdad y su derecho, trabajando por su normalización y compartiendo experiencias, saberes y fortalezas de género. Porque si, lo que también nos toca trabajar como mujeres es que el espíritu de cuerpo entre nosotras sea consistente, natural y espontáneo.
Que este 8M nos llame a todas, todos y todes a reflexionar sobre cuánto valoramos a la persona en su quinta esencia y en esa reflexión, cómo expresamos esa valoración cuando nos ven a las mujeres. Porque la vida con oportunidades aún no la gozan la mayoría. Que esta fecha sea una invitación a reflexionar, para ser más humanistas y tomar acción para construir un mundo pacífico, próspero y sostenible.