¿Mis derechos y tus derechos son complementarios?
Hace unos días, en uno de los grupos por WhatsApp que tengo, se dio un debate sobre ejercicio de derechos relacionado a si el trabajo, como derecho humano, es más importante que otros. Y leí por ahí que algunas personas consideraban que existen derechos secundarios.
Los Derechos Humanos equivalen a ese pacto social mundial creado luego de culminada la II Guerra Mundial, a efectos de establecer las condiciones mínimas que todo ser humano requiere para vivir con dignidad; es decir, para que cada uno de nosotros, usted que está leyendo esta columna de opinión y mi persona, podamos desarrollarnos plenamente. La dignidad es el valor en el que se fundamentan todos los derechos. Nuestra dignidad radica en nuestra individualidad, en que cada uno somos seres únicos e irrepetibles, lo cual es un valor intrínseco e inviolable que tenemos como seres humanos. Por ello cuando se habla de “trato digno” se hace referencia a que todas las personas debemos ser tratados y tratar con la posibilidad del ejercicio libre de los derechos humanos. El derecho a la igualdad y no discriminación es un derecho fundamental, como lo es el de la vida, el de gozar de salud, el derecho a la educación, el que podamos expresarnos libremente, a nuestra intimidad, el no ser condenados sin un debido proceso. El ambiente sano y el derecho al agua son también derechos humanos. La propiedad por supuesto, el trabajo claro que sí, y muchos más. Y sobre este último, los derechos fundamentales del trabajo involucran cinco grandes derechos a su vez, como son el de la igualdad y no discriminación, a la asociación o sindicación, a la eliminación del trabajo forzoso, la erradicación del trabajo infantil, y recientemente, a la seguridad y salud ocupacional. ¿Alguno es más importante que otro, o podría ser considerado secundario? Sin duda no.
Me llama la atención la poca comprensión sobre los derechos y deberes que nos corresponden como personas. Porque NOS corresponde. Porque si invocamos un derecho, como al bienestar y trato digno, también tenemos el deber de hacer que otros lo disfruten.
Hace 75 años se aprobó la Declaración Universal de los Derechos Humanos. Y aún los derechos fundamentales y esenciales para el mínimo trato digno que deberíamos tener TODAS las personas como el derecho a la igualdad y no discriminación, no solo en materia de género, de orientación sexual, origen, raza, religión, de edad y otro largo etcétera, se reclama porque se vulnera. Porque en efecto, vulneramos, afectamos derechos fundamentales cuando desconocemos a una trabajadora la posibilidad de acceder a un determinado puesto de especialidad al que está preparada, por el hecho de considerar que debería ser ocupado por hombres, dadas sus características. O cuando cuestionamos a los trabajadores sindicalizados por el solo hecho de serlo. O cuando nos sentimos con derecho a juzgar la vida personal de otras personas y difundir con ánimo de “joda”, como dicen algunos por redes sociales. Cuando recurrimos a un proveedor a pesar que sabemos que el producto que nos vende utiliza mano de obra infantil, solo por citar algunos ejemplos del día a día.
Tengámoslo presente: el libre desarrollo de la personalidad tiene su fundamento en la dignidad de toda persona. Comencemos a comprometernos con valorarnos y valorar a todos por lo que somos, a pesar de nuestras diferencias naturales. El ejercicio del derecho a la igualdad en la práctica equipara libertad de acción y decisión. Por tanto, abordemos nuestros estereotipos o sesgos limitantes, quebremos el círculo de la historia que muestra a las sociedades tendentes a segregar y discriminar estructuralmente. Les recuerdo que nos hemos trazado el 2030 para lograr el ejercicio pleno de derechos, porque los 17 Objetivos de Desarrollo Sostenible tienen en su integridad un correlato con el respeto de los derechos humanos. Nadie puede quedar atrás y menos se puede garantizar derechos solo a unos pocos.