Aprendizajes: podemos estar mejor
Por: Jaime Saavedra
En el Perú, estamos mejor en el sistema escolar. Pero aún estamos mal. Que la mitad de los niños que están acabando la primaria no puedan leer ni comprender lo que leen es muy grave. Podemos estar mucho mejor.
Nadie necesita ser convencido de que invertir más en la gente, en su salud y en su educación, es crucial para el bienestar de las sociedades. A pesar de eso, muchos gobiernos y Estados no están haciendo lo suficiente.
El diagnóstico de la educación en los países pobres y de ingreso medio, es que se está avanzando pero no lo suficiente. Ha habido notables mejoras, en particular en lo que se refiere a los años de escolaridad y tasas de matrícula. Sin embargo, en muchos países de ingreso medio como el Perú, si bien las tasas de escolaridad en secundaria han aumentado rápido, están todavía entre 70% y 80%. Aún muchísimos jóvenes no culminan la secundaria, lo cual es grave.
Además, estar matriculado (y asistir) a la escuela no es lo mismo que aprender. Hoy en día, en los países de ingreso bajo y medio, el 53% de los niños a los 10 años no puede leer ni entender un texto simple, a pesar de que en su gran mayoría están en la escuela. A ese indicador le llamamos “Pobreza de Aprendizajes”. En el Perú, por ejemplo, ese número es 56%. Ha habido marcadas mejoras en la última década, pero no estamos bien. Que la mitad de los niños que están acabando la primaria no puedan leer ni comprender lo que leen es muy grave. En ese momento de la vida de un niño, esperamos que ya usen la lectura para aprender, no que estén aprendiendo a leer.
Analizando los datos de PISA, que mide los niveles de aprendizaje a los 15 años, el resultado también es crítico. Un 54% de jóvenes en el Perú no logra un nivel satisfactorio en lectura. Sin embargo, el país ha tenido un excelente desempeño en PISA en la última década. En los resultados en lectura entre el 2009 y el 2018, Perú está entre los cuatro países de mayor crecimiento de los casi 70 países evaluados (todos países ricos y de ingreso medio). Es decir, también en el caso de los aprendizajes, ha habido mejoras, pero aún no estamos bien.
Estamos mejor (bastante mejor). Aún estamos mal. Podemos estar mejor (mucho mejor). Estas tres oraciones son ciertas.
Algo importante de reconocer es que analizar cómo estamos en aprendizajes, hacer comparaciones inter-temporales e internacionales, es algo que hace 15 años no era posible. En el mundo, y en el Perú, ha habido un gran esfuerzo por medir qué está pasando con la calidad de la educación, no sólo desde el punto de vista de medir si hay mejores escuelas (maestros calificados, textos, mobiliario, etc.), sino desde el punto de vista de los resultados mismos de aprendizaje.
Ya no se miden sólo la matrícula o los años de la escolaridad como indicador de progreso. Es necesario medir si se está aprendiendo. Si no se midiera la comprensión lectora y el razonamiento matemático, muchos países estarían ilusamente orgullosos de sus sistemas educativos sólo porque los chicos van a la escuela.
También es cierto que hay que avanzar mucho más en saber cuánto saben los chicos de las distintas áreas del aprendizaje. La educación es mucho más que leer, escribir (y entender) y hacer operaciones matemáticas. Las ciencias, las humanidades y principalmente las competencias para la vida, como el pensamiento crítico, la creatividad, la perseverancia y la capacidad de comunicarse (a veces llamadas habilidades blandas) son igual de cruciales. En ese frente sabemos menos acerca de cuánto se está aprendiendo. Hay mucho por avanzar en esas mediciones.
Los esfuerzos para medir los aprendizajes deben potenciarse. Particularmente en América Latina, donde en general la mitad de los chicos no aprenden. Cuando los niveles de aprendizajes son todavía tan bajos es necesario una constante evaluación para mantener una focalización constante en los aprendizajes. Es indispensable que los maestros, por un lado, reciban todo el apoyo necesario (textos, material de lectura para los alumnos, sesiones de aprendizaje que apoyen su trabajo, entrenamiento y acompañamiento pedagógico), y por el otro, que exista un monitoreo constante de cuánto se está aprendiendo.
Cómo evaluar, con qué frecuencia y en qué momento del ciclo escolar depende de cuán desarrollado está un sistema. Las necesidades no son las mismas para un país latinoamericano donde las tasas de Pobreza de Aprendizajes llegan a 50% o 60%, que para las un país asiático o nórdico donde sólo el 3% o 5% de niños no leen a los 10 años, es decir, donde la Pobreza de Aprendizajes ha sido prácticamente eliminada.
En algunos de nuestros países se cuestiona a veces que las evaluaciones periódicas a alumnos o a los maestros ponen mucha exigencia al sistema. Dados los resultados, es obvio que el sistema no es lo suficientemente exigente y definitivamente no es lo suficientemente eficaz.
Dados los bajos niveles de aprendizaje, exigencia y urgencia son indispensables. Los niños deben de ser evaluados continuamente en el aula para que el maestro sepa cómo debe trabajar con cada alumno. Los niños deben, además, ser evaluados periódicamente para que la escuela (y el sistema escolar) sepa en qué nivel está, si se está mejorando o no, y para que anualmente sepa cuáles son sus falencias y pueda planificar sus esfuerzos. Y los maestros deben ser constantemente evaluados y asesorados por el director, por sus pares y por acompañantes docentes.
Muchos maestros han interiorizado que su trabajo en realidad no consiste en enseñar, sino en asegurar que cada estudiante en el aula aprenda. Si un niño no mejora en sus aprendizajes, nunca es culpa del niño. Muchos maestros conciben su labor diaria como una de las más importantes influencias en la vida de un niño, no sólo para que aprenda matemáticas y lectura, que son importantes, sino también para todas las competencias necesarias para desarrollarse como persona. He conocido muchos de esos maestros, interesados en que su propio desempeño sea evaluado y retroalimentado para mejorar cada vez más. Están interesados en tener más información sobre cómo están avanzando los chicos y cómo está avanzando la escuela. Más aún cuando los cambios en el entorno requieren una permanente actualización de conocimientos, competencias y métodos.
Lamentablemente, no todos los maestros lo han interiorizado así. Y las elevadas tasas de Pobreza de Aprendizaje así lo demuestran. Es crucial que todos los maestros internalicen la tremenda trascendencia de su labor. Lo peor que le puede pasar a un niño es estar frente a un maestro que no lo haya entendido así.
También es común el cuestionamiento de que, si sólo se mide la lectura y el razonamiento matemático, otras áreas del proceso educativo se descuidan. Por un lado, eso parece una válida advertencia. Pero hecha la advertencia, las escuelas y el sistema educativo pueden y deben evitarlo. Mas aún, los buenos maestros saben que un buen ambiente escolar, en donde se desarrollen las habilidades blandas, es justamente lo que un niño necesita para aprender en general. Y, por otro lado, asegurar que todos los niños lean y entiendan lo que leen es un pre-requisito para avanzar en cualquier otra competencia.
Todos los sistemas escolares de América Latina deben continuar sus esfuerzos de medición del aprendizaje de los estudiantes y tener la información que les permita guiar las inversiones necesarias a nivel del sistema y de la escuela. Ha habido mejoras, es cierto. Pero la brecha respecto de una aspiración tan básica como eliminar la Pobreza de Aprendizajes, es decir, que todos los niños puedan leer y entender, es todavía inmensa. El nivel de ambición, de exigencia y de esfuerzo de las sociedades en su conjunto tiene que ser aún mayor.