El elefante en la habitación
Con gran acierto y valentía, el Primer Ministro recientemente ha reconocido que tenemos un elefante en la habitación: la escasa competencia que existe en ciertos mercados como el bancario, de seguros, de fondos de pensiones, de telecomunicaciones, farmacia, cervezas, supermercados, papel higiénico, entre otros. El Primer Ministro Zavala también nos dijo a los peruanos que todo indica que ya es hora de hacer algo al respecto.
La falta de regulación de los monopolios y oligopolios afecta a los más pobres. Mientras los países desarrollados como los del club del primer mundo de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE), tienen leyes que regulan las fusiones, los países más pobres no las tienen y por ello sus mercados se caracterizan por gran presencia de monopolios y oligopolios que generan barreras para que nuevos productores ingresen a los mercados. Como resultado de ello, en África los 10 principales productos básicos de la canasta familiar son 24% más caros que en otras partes del mundo, según un informe del Banco Mundial y el African Competition Forum, titulado “Breaking down barriers: Unlocking Africa’s potential through vigorous competition policy”. En Perú, por la concentración existente en el mercado de las farmacias, si un pobre se enferma debe pagar hasta 30% más por los antibióticos de segunda generación.
La falta de competencia promueve la desigualdad. Cuando en un mercado no hay competencia se afecta la capacidad adquisitiva de los consumidores, según Martha Martínez Licceti en su artículo Bad news for cartels, good news for the poor in Latin America. Y esto los ciudadanos lo resienten. En Perú, las empresas con excesivo poder de mercado acuerdan fijar precios artificialmente altos para algo tan básico como los balones de gas, como en su momento lo hicieron con el pollo y el pan.
Quienes lucran con la falta de competencia desean ver agencias de competencia débiles. Quienes se benefician económicamente de la falta de competencia, desean que las agencias de competencias sigan con poco personal, presupuesto y empoderamiento legal para las acciones de oficio o los estudios de mercado. Su argumento es que el Estado no debe perder el tiempo en regular monopolios cuando debe combatir la desnutrición infantil. Los peruanos debemos rechazar este “engaña muchachos” y exigir que se fortalezcan nuestros reguladores. No es posible, por ejemplo, que el modelo de funcionamiento de la comisión de libre de competencia del Indecopi durante más de 24 años no haya evolucionado a la par que la economía crecía.
Felizmente, la OCDE ha hecho algunas reflexiones valiosas y recomendaciones al país que sugieren la necesidad de, cuando menos, ampliar la agenda en temas de competencia.
Cuando eso ocurra, será necesario discutir responsablemente sobre la regulación de control de fusiones, la necesidad urgente de dotar de mayores recursos humanos y presupuestales al Indecopi que le permitan realizar más estudios y difundirlos; y, sobre todo asegurar la autonomía e independencia de la entidad respecto del Ministerio de Economía y Finanzas.
Los monopolios no regulados y que fijan precios artificialmente altos, privan a los hogares de la capacidad de ahorrar, disfrutar del fruto de su esfuerzo y progresar. Los países modernos lo han entendido y por eso tienen regulaciones para prevenir el abuso contra los consumidores. Si queremos alcanzar estándares del primer mundo, debemos aspirar a tener negocios eficientes que generen utilidades a partir de méritos propios y no despojando a los más pobres de lo poco que tienen.
A veces hay cosas que es bueno imitar. A este nivel de desarrollo de la economía del país, es razonable pensar que ya llegó la hora de hacerlo con una agenda sobre temas para promover la competencia que ponga por delante, la protección del poder adquisitivo de los peruanos.