El Arte de Provisionar las Exposiciones Crediticias
Como muchos saben, las “provisiones” por riesgo crediticio son las reservas que se hace para hacer frente a posibles deterioros de la cartera de exposiciones crediticias. Es algo que no sólo las entidades financieras, también empresas del sector no financiero pueden tener que hacerlo. Se suele asociar el provisionamiento a la existencia de ”malos créditos”, pero es una visión algo incompleta del tema.
Tradicionalmente, en efecto, los reguladores financieros imponían que se hicieran provisiones sobre aquellos créditos/exposiciones donde se tenía dudas de que se iba a recuperar todo lo adeudado. Se usaba la expresión de “créditos dudosos”, que todavía se mantiene. Pero muchas veces los bancos se demoraban en hacer las provisiones, esperando a que hubiera atrasos de pago bastante largos para ello. El resultado era que en caso de deterioro considerable de la cartera, podían haber pésimas sorpresas, con las entidades financieras pasando bruscamente de utilidades considerables a enormes pérdidas bajo el peso de provisiones masivas.
En varios países desarrollados, el requerimiento de que un crédito (u otro tipo de exposición, como los avales) sea primero considerado “dudoso” para provisionarlo se ha mantenido, pero aplicado por los supervisores de manera más severa, y recurriendo mucho a la comparación entre entidades para obligar a los más laxos a seguir a los más conservadores. Es así que ahora son considerados “dudosos” créditos que ni siquiera han tenido atrasos, basados en el examen de la situación del deudor. Se ha considerado en esos países un criterio de 90 días de atraso más como un mecanismo de “rastrillaje” para asegurarse de que ningún crédito con atrasado deje de provisionarse (salvo casos muy limitativos de cierto tipo de garantías).
En otros países, sobre todo de Asia y de América Latina, como en el Perú, se estableció y generalizó, donde no los hubiese, luego de la crisis de 1997-1998, sistemas de clasificación regulatoria de las carteras crediticias en escalas que en su forma más frecuente, constan de 5 categorías: Normal (o Estándar), Con Problemas Potenciales, Deficiente, Dudoso y Pérdida. Cada una con su propia tasa de provisiones, de manera creciente, que puede ser reducida en función de la calidad de las garantías obtenidas, siendo la clasificación en función de rangos de días de atraso. Esto último puede ser matizado con criterios de análisis cualitativo que se suelen reservar para las exposiciones a empresas medianas y grandes, es decir a las carteras no-minoristas o mayoristas. Y los días de atraso necesarios para cambiar de categoría pueden variar según los tipos de crédito (suelen ser más cortos para créditos de consumo y a Mypes). Y algunos países, como Brasil, Colombia y Perú, añadieron luego esquemas de “alineamiento obligatorio” de clasificaciones en función de la peor clasificación en los acreedores más significativos en el sistema (lo que algunos supervisores europeos ya hacían mediante supervisión in-situ).
Como la crisis mencionada demostró que eso podía no ser suficiente, y ser demasiado “procíclico” (es decir, aumento excesivo de provisiones en períodos desfavorables por una insuficiencia de provisiones en el tramo favorable del ciclo), se generalizó algo que varios países ya tenían: una provisión general, y ya no específica, sobre toda la cartera Normal, o Estándar, con una tasa que se fijó muchas veces en 1 %, como en el Perú. Muchos países que ya tenían provisiones generales, pero muy bajas, las incrementaron.
Dicha técnica de la provisión general permitió que en muchos países las entidades financieras estuvieran algo mejor armadas frente a escenarios desfavorables. Pero no era suficiente, a menudo porque las tasas de las provisiones específicas son muy bajas, o porque se es muy generoso con el reconocimiento del valor de las garantías. Y ello se agrava frente a situaciones de crisis, en las que el deterioro puede ser a gran escala y muy rápido.
Tuve la interesante experiencia de armar, estando en el área de Riesgos, y en coordinación con la División de Finanzas, en los primeros meses de la Crisis Asiática del 1997-1998, una provisión general “ad hoc Asia” para los 5 “países de la Crisis” (Indonesia, Tailandia, Malasia, Filipinas, Corea del Sur). Ello fue incentivado por los reguladores europeos, preocupados por la alta exposición de muchos de sus bancos en la región. Como varios teníamos la certidumbre de que las cosas iban a empeorar en el 1998, pero que había también una enorme dosis de incertidumbre, lo que hicimos fue dividir las carteras empresas y corporativas en 3 bloques en función de la “capacidad previsible de resistencia a la Crisis”: vulnerabilidad baja, media y alta. Cada bloque con su tasa de provisiones, pero esta variaba en función de los países, pues el grado de deterioro y de incertidumbre en cada uno era también variable.Ese cálculo permitía llegar a un monto de provisión global, que luego se podía usar para hacer provisiones específicas.
Era una manera simplificada de definir una “probabilidad de incumplimiento” (PD en inglés: probability of default), y una “pérdida dado el incumplimiento” (LGD en inglés: loss given default), multiplicándose ambos por la “exposición dado el incumplimiento” (EAD en inglés: exposure at default), que podía ser superior a lo desembolsado en algunos casos, pues había avales concedidos y no ejecutados, o montos de operaciones de largo plazo que podían todavía ser desembolsados: se los contó al 100% o al 50% según los casos de relativa certidumbre de materialización de la exposición aún potencial; es el antecedente del “factor de conversión crediticia”, o FCC, que se usa ahora para las exposiciones potenciales. Con todo eso se calcula las “pérdidas esperadas” (EL o Expected Loss, en inglés), que corresponden a PD x LGD x EAD.
Aparte de que, el que varios bancos lo hicieran voluntariamente, permitió a los reguladores imponer esa provisión ad hoc a los más “recalcitrantes”, fue un éxito, pues efectivamente en el 1998, muchos créditos se volvieron dudosos, y la provisión ad hoc permitió que hubiera menos volatilidad en los resultados financieros de 1998, ya que el shock había sido absorbido desde las cuentas de 1997 (que sin eso hubieran mostrado resultados muy abultados a causa de un primer semestre excepcional). Como la habíamos calculado de manera muy conservadora (lo que incluso me valió no pocas discusiones con los auditores externos, que pensaban que estábamos exagerando la dosis), y como en fin de cuentas la situación mejoró rápidamente en Corea, e Indonesia logró estabilizarse a pesar de gigantescas dificultades, también quedó un remanente para cubrir mejor las consecuencias de las crisis Rusa (mucho más devastadora de lo pensado) y Brasileña.
Después de esta experiencia, los reguladores pensaron que era mejor que los países hicieran provisiones ex ante por el “riesgo país”, en función de las escalas internas que cada entidad definiera. Lo hicimos, con una tasa de provisión para cada nota de nuestra escala de riesgo-país, que no era la de las clasificadoras internacionales, en las que no confiábamos. Pero con un añadido: con ponderaciones diferentes según el nivel de riesgo del tipo de operaciones, en función al mismo tiempo de objetivos de priorización estratégica en el manejo del riesgo país (0%, 25%, 50% y 100%), pues queríamos favorecer por ejemplo el Trade Finance (comercio exterior de corto plazo), y las operaciones de Project Finance (grandes proyectos de infraestructura, energía, minería, servicios básicos, etc.) y de Asset Finance (aviones y navíos) bien estructuradas en cuanto a reducción del riesgo. Por supuesto, la toma de participaciones en créditos sindicados simples de mediano/largo plazo era una de los no prioritarias, con 100% de ponderación. Y los límites-país empezaron a definirse a la vez en monto global y en monto por categorías. Fue un trabajo apasionante para el pequeño grupo de trabajo multi-regiones que formamos entonces para construir el esquema.
En la misma época, en el 2000, el regulador español, el Banco de España, se convertía en el pionero de las provisiones dinámicas o contracíclicas, que son provisiones generales adicionales que se acumulan, como un “colchón” en la fase favorable del ciclo, para usarlas en la fase desfavorable del ciclo. Fueron de gran ayuda más tarde para los bancos españoles. Se introdujeron luego en el 2008/2009 en países como Uruguay, Colombia y en el Perú, luego de no pocos debates internos y mucha resistencia de algunas entidades, con la Resolución SBS nº 11356-2009: el mecanismo consiste en aumentar en períodos favorables definidos en función de la evolución del PBI, la tasa de provisión general en función de cada tipo de crédito (sobre la base de estudios estadísticos), para luego volver a una tasa inferior en el tramo desfavorable. Fueron muy útiles para el bache del 2009. Y cabe señalar que para las entidades que tenían un manejo prudente de las provisiones, pues ya tenían muchas provisiones voluntarias por encima de los mínimos normativos, no fue de ninguna manera un golpe constituirlas. Las instancias internacionales recomendaron luego fuertemente imponer esos “colchones”.
No es sorprendente que en un estudio del BID de Enero 2011 sobre los requerimientos de provisiones en América Latina, Colombia y Perú aparezcan como más sólidos, aunque haya aun espacio para mejorar. Chile aparece algo más rezagado y Méjico aún más.
Es que algunos países, como Chile y sobretodo Méjico, habían adoptado con demasiado entusiasmo un sistema complejo de escalas de provisionamiento basado en lo existente para “modelos internos de clasificación” favorecidos por Basilea II (el foro internacional de reguladores financieros, para simplificar), en función de la PD para cada nota y diferentes tasas de LGD según los productos. El problema es que esas tasas se sacan en función de promedios de data histórica, y ello puede ser terriblemente procíclico, al incluir sobretodo buenos años, y dejar a los bancos infra-provisionados. No tiene mucho en común con lo que les describí sobre la “provisión ad hoc-Crisis Asiática”, donde habíamos calculado tasas en base al escenario muy desfavorable que se vivía entonces. Cabe mencionar que Basilea II, que se ocupaba antes que todo de requerimientos de capital, no había pedido ir tan lejos, a pesar de las pretensiones en ese sentido de varios de sus economistas, dejando toda libertad a los países para mantener sus sistemas de provisiones; sólo pedía a los que usaran modelos internos para cálculos de capital comparar el total de sus provisiones con el total de lo que resultaría de la aplicación de cálculos de pérdida esperada según sus modelos, para que las aumentaran si esos modelos arrojaban un monto superior.
Lo irónico es que en Europa se está discutiendo imponer reglas contables de provisionamiento de este tipo, usando las nociones subyacentes a la Pérdida Esperada. Aunque los autores indican que se usarán reglas que impongan “valores estresados” más conservadores, llamados “downturn“, cabe preguntarse cuál será el resultado; las críticas de prociclicidad ya están apareciendo.
Un aspecto a no olvidar: el provisionamiento de exposiciones bajo forma de bonos o de créditos que en escenarios desfavorables se están vendiendo en el mercado secundario. La práctica que teníamos en nuestro banco en Asia durante la crisis era, además de aplicar de manera general un sistema “duro” de provisiones específicas donde a la menor duda, aún sin atraso, se aplicaba 25%, luego en función de la evolución, 50%, luego 75% y rápidamente 100%, provisionar aún más severamente que la tasa prevista, en función del valor en el mercado secundario de la deuda “distressed“. Por eso, cuando en el 2011, muchos bancos europeos querían aplicar, en función de escenarios de estrés modelísticos, una provisión de 23% sobre exposiciones griegas que valían menos de 50% en el mercado, ello me pareció una terrible negación de la realidad. Sobretodo sabiendo que terminarían vendiendo gran parte de esa exposición en el mercado secundario. En el esquema que estaba acostumbrado a aplicar durante la crisis asiática, la idea era que debíamos tener siempre disponible la opción de vender en todo momento exposiciones a los “fondos buitres” sin tener que hacer provisiones adicionales no previstas, cosa que veíamos como la “humiliación suprema” si sucedía.
Conclusión
No he querido entrar aquí en todos los debates de interpretación sobre la aplicación de la norma internacional contable sobre provisionamiento (la IAS 39 de las IFRS). Lo esencial aquí era poder mostrar, con esta reseña histórica, que provisionar es más que todo un arte, donde además de una visión realista de los riesgos, que las reglas contables muchas veces no capturan correctamente, deben entrar consideraciones estratégicas y macro-prudenciales. Cuando se lo quiere transformar en una “ciencia”, creyendo demasiado en proyecciones modelísticas, sean estadísticas o a partir de supuestos de flujos de caja, lo más probable es que uno se equivoque en el sentido del infra-provisionamiento. Es mejor evitar el fetichismo perfeccionista de la “medición científica” del riesgo, que no corresponde a la realidad de los vaivenes económicos y financieros y que ha llevado a tantos errores graves. Y los banqueros experimentados a la vez audaces en los negocios pero prudentes en la medición de riesgos se guían por un principio básico: más vale anticiparse a los riesgos con reglas simples estando algo sobre-provisionados, que caer en la insuficiencia de provisiones, pues se evita muchas malas sorpresas. Y las tasas de provisiones regulatorias deberían ser vistas como mínimos, no como máximos a los cuales se busca “sacarles la vuelta”. Los gerentes de empresas del sector no financiero con exposiciones crediticias deberían seguir también esos principios básicos.