Los Riesgos de Sobrecostos en los Proyectos
En un post de noviembre del 2014 dedicado a los riesgos intrínsecos de las operaciones de ingeniería financiera, había mencionado entre los ejemplos los casos del Project Finance y de las concesiones, donde se solía subestimar los riesgos y costos de construcción. Este es un tema que se ha vuelto de mucha actualidad en nuestro país en razón de los escándalos de corrupción en obras de infraestructura e incluso se ha politizado, se ven sobrecostos indebidos por todas partes. Aunque es absolutamente necesario luchar contra la corrupción, que en nuestro país afecta a todo tipo de actividades, y no sólo a las obras de infraestructura, sería también necesario poner las cosas en perspectiva, saliendo un poco de nuestro microcosmo nacional.
En efecto, en realidad, los sobrecostos en los proyectos, sean públicos o privados, o público-privados son algo muy habitual, hasta casi inevitables. Es necesario preguntarse entonces por qué es así.
Los sobrecostos en el período de construcción o desarrollo son habituales
Si uno está al tanto de la actualidad internacional acerca de todo tipo de proyectos, se va a dar cuenta de que ello sucede también de manera frecuente aún en total ausencia de corrupción. Hasta se podría decir, siendo un poco provocadores, que lo inhabitual es que no haya sobrecostos.
. Para empezar, entre los especialistas del Project Finance, la idea de que se van a producir sobrecostos está tan integrada que en los cálculos de costo de un proyecto, que es considerado como una buena práctica el prever una reserva de sobrecostos o “cost overruns”, que se suele fijar en 10 % o algo menos (no incluyo aquí los que derivarían del factor mecánico de la inflación, que no son sobrecostos stricto sensu) y se incluye en la estructuración financiera. Es que siempre hay factores que los van a causar, en gran parte a causa del factor tiempo: entre el momento en que se fija el presupuesto del proyecto y su culminación, que puede tomar varios años, suceden cosas como: un obstáculo geológico o arqueológico que obliga a gastar más en un segmento de la obra o a modificar trazos (piensen por ejemplo en el Metro de Roma), primas de seguro que se encarecen a causa de grandes siniestros que obligan a los reaseguradores internacionales a aumentar sus precios, eventos desfavorables con el costo de ciertos insumos clave en razón de alzas bruscas del tipo de cambio o en los commodities usados para ellos, problemas legales que aumentan fuertemente el gasto en abogados, etc. Peor aún cuando un proyecto se atrasa (“sobreplazos”): primero ése solo hecho suele generar sobrecostos, porque el factor de atraso viene a menudo con un costo adicional asociado; pero además, el tiempo alargado aumenta el riesgo de que se produzcan más imprevistos.
. Los ejemplos internacionales, donde incluso el costo final fue en no pocos casos varias veces el proyectado, abundan, incluso en países desarrollados. Uno de los más famosos es el Túnel del Canal de la Mancha, que provocó la quiebra de Eurotunnel. Otro es el magnífico edificio de la Ópera de Sydney, en Australia (de paso algo parecido pasó con varias salas de concierto alemanas), también el caso del edificio del Parlamento de Escocia. Es algo frecuente en general con las líneas de metro y con los túneles bajo cursos de agua, pero también con los aeropuertos. Uno pensaría que es algo típico de obras públicas y de obras de infraestructura llevadas bajo esquemas de concesión. Pero, en realidad, ni siquiera los proyectos mineros y los proyectos industriales se libran de los sobrecostos. Muchas veces la “reserva para los sobrecostos” resulta muy corta, de ahí la gran importancia que en el Project Finance tiene el análisis de la solidez de los “sponsors” (accionistas) como ya lo dije en un post de Mayo 2017, y la negociación de cláusulas que los obliguen a efectuar aportes adicionales de capital.
¿Por qué son esos sobrecostos tan frecuentes?
Por supuesto, en muchos casos se tratará de corrupción, de costos inflados con la complicidad de funcionarios públicos, y/o privados (incluso de privados contra otros privados); ello es innegable. Esto parece ser un “deporte nacional” en muchísimos países, desgraciadamente. Por ejemplo, muchas obras relacionadas con mega-eventos deportivos han sufrido de ello. Una variante que a primera vista no es corrupción, pero una manera de hacer negocios a mi juicio extremadamente tramposa, es el ofrecer un precio anormalmente bajo en una licitación, pero a propósito, para ganarla, con la intención de llegar al verdadero precio después a punta de juicios o arbitrajes, o forzando a la negociación de adendas, en una forma de chantaje al cliente público o privado, que por diferentes razones ya no puede parar el proyecto (y la actualidad nos muestra que esa mala práctica puede estar muchas veces acompañada de corrupción, pues para facilitarla se necesita cómplices al interior de la entidad o empresa cliente e incluso de terceros como árbitros o jueces; la cosa puede además pasar desapercibida mediante una hábil mezcla de sobrecostos verdaderos y justificados con otros costos inflados).
Pero, contrariamente a lo que se cree, no es el caso mayoritario. Si uno observa bien la historia de muchos casos, lo que se encuentra es:
. una cierta forma de optimismo excesivo en los cálculos, “inconscientemente voluntario”, que viene de una subestimación de los riesgos, un gran clásico en tantos proyectos, con “peores escenarios” que hubieran debido ser considerados como escenarios-base , o peor, “mejores escenarios”; es algo que también puede afectar a los mismos bancos, cuando hay mucha liquidez y una cierta “ansia por colocar créditos”. Esto es algo que ya tuve la oportunidad de mencionar en varios posts.
. un temor a anunciar desde el comienzo un costo elevado, que también lleva a la subestimación de los riesgos: ese temor es en general provocado por el miedo a que el proyecto sea rechazado, entonces se tenderá también a estimar los precios como si fuera seguro que se va a obtener buenas rebajas al hacer competir a los proveedores; ese temor puede llevar incluso a no tomar en cuenta ciertos componentes del proyecto integral, a “sacarlos del cálculo” bajo forma de proyectos anexos que se cree que se podrán financiar de otra manera, o a anunciar sólo la parte del monto que corre por cuenta del concesionario (cuando la parte pública del proyecto integral puede ser mayor); se puede llegar así a “falsos sobrecostos” donde en realidad en la batalla de números, se están comparando “papas con camotes”, que es lo habitual cuando un tema se politiza
. una variante de lo anterior: se anuncia el costo de sólo una primera etapa, cuando en realidad, si uno analiza bien, las etapas siguientes son en realidad inevitables, porque sin ellas el proyecto no cumple completamente con sus objetivos proclamados; y las siguientes terminan siendo calificadas de sobrecostos por aquellos a quienes les convenga calificarlas así; y sin embargo, psicológicamente, es algo que se parece al caso del empresario que pide un crédito inferior al que necesita realmente porque teme que el banco le diga que no
. muchas veces, sin que se haya subestimado el costo al comienzo, conforme un proyecto avanza, viene el conocido síndrome de : “¿y por qué no le añadimos esto y lo otro?”; esto sucede muchas veces por razones políticas, incluso de “política interna”: para calmar algún fuerte reclamo local, o para darle gusto a un área que se quiere “colgar” de otro proyecto en curso para inyectar un viejo proyecto suyo, o porque a un nuevo titular (sea político o gerente), se le ocurre hacerlo, y así el proyecto inicial “se vuelve más suyo” porque le hizo mejoras, llevará más su marca personal o la de las ideas del nuevo partido accedente al poder local o nacional
. y en todos estos casos que no derivan de la corrupción, puede también añadirse este factor, por supuesto, con lo cual tenemos una mezcla de factores; y en el análisis post-mortem se vuelve más difícil ver cuánto se debió a la corrupción y cuánto se debió a alguno (o varios al mismo tiempo) de los otros factores; el desafío para los observadores externos neutrales, como pueden serlo auditores externos, u órganos de control sin sesgos particulares, es grande; muchas veces no es fácil hacer esas diferenciaciones.
Conclusión:
Como podemos ver, el tema de los sobrecostos en los proyectos es mucho más complejo de lo que se suele creer a partir de las afirmaciones de los unos y de los otros, o de ciertos medios (“saltar a la conclusión” de que hubo corrupción no sólo es más fácil porque ahorra el efectuar un verdadero análisis, pero además “vende más”). El problema con eso es que se puede crear una percepción de que ocurre algo peor de lo que ya sucede, que ya es suficientemente lamentable (sí tenemos un serio problema de corrupción). Y eso puede traducirse en una mayor reducción de las inversiones extranjeras, puesto que hay índices internacionales que están basados en “percepción de corrupción”, y estos pueden variar mucho también en función de las noticias, por lo que se puede bajar en un índice a veces aunque la situación haya sido peor en años anteriores (así como hay índices que son artificialmente “mejores” debido a una censura feroz contra la prensa y la sociedad civil o porque hay cosas muy grandes que todavía no se han descubierto). Aquí también hay un riesgo de “inflar las cosas”, como sucede en la verdadera corrupción. Y de generar además más temores que paralizan aún más a la inversión pública. Es necesario saber analizar también con algo más de cabeza fría los expedientes, para no correr el riesgo de acusar en falso a inocentes y para no caer en espirales auto-destructivas a nivel macro.