La tibieza es de los que tienen
Hace un par de semanas afirmé que Perú necesita un liderazgo FUERTE para cambiar de rumbo. Porque estamos en decadencia. Esto, además de ser lo que quiere la ciudadanía productiva y emprendedora, es realmente lo que se necesita para mejorar nuestra situación: especialmente el estado decadente de nuestra burocracia y élite política, que consumen cada año más dinero de los contribuyentes y lo malgastan o se lo roban.
Las respuesta que tuve a dicho artículo no me sorprendió. Criticó mi postura un perfil de “actor del debate” muy fácil de identificar: ideológicamente se dice de “centro”, de posición económica acomodada, bien contactado en el sector público y el privado, con algo de nombre en el mundo académico y en algunos sectores de centros de investigación o afines.
En resumen, me criticaron los que se sienten bien con lo que tienen, están cómodos y tienen bastante que perder. Tienen la sensibilidad automatizada, se sienten mal, pero no mucho; se indignan, pero no tanto; quieren cambiar las cosas, pero sin pisar callos porque quedar mal con alguien en este país es un pecado. Es una tragicomedia.
Esta tragicomedia ha existido siempre, y seamos honestos, en el siglo XX, antes de los años sesenta, era una comedia aristocrática, de derecha conservadora, hacendada, religiosa e hipócrita. Pero después de los años ochenta, se convirtió en una burbuja de izquierda académica, miraflorina, de ONGs, de universidades de discurso “plural” para las cámaras. Es un teatro en el que, además, los actores estudian maestrías y doctorados fuera del país, pero opinan del Perú como si realmente lo sufrieran, bajo la misma lógica: sin quedar mal con nadie, sin pisar callos, hablando en modo progresista e inclusivo.
Recibir comentarios tibios a lo que escribo es muy útil. Me ayuda a confirmar dos cosas: primero, reafirmo que Perú no saldrá adelante sin un líder radical y varios cambios radicales. Entiéndase por radical alguien que tenga el coraje de llegar a la raíz de los problemas, cortar la mala hierba, destruir para construir, sin miedo al Estado, sin miedo a la burocracia, sin miedo a la corrección política empresarial o gremial, sin tanta ideología, de forma pragmática, rápida, utilitaria.
Y segundo, que es casi imposible que esto ocurra en el 2026 si los actores de la tragicomedia se reúnen para sonreírse entre ellos y buscar “fórmulas de consenso”. Los empresarios, temerosos, ya viejos además, se apoyarán en estos comediantes por miedo y corrección. Los empresarios más jóvenes no se la jugarán y navegarán por el sistema fuera de la política o fuera del país. Y todos aquellos que vivieron o viven del gremio, del lobby, de la ONG, exfuncionarios, son más de lo mismo. No pueden pelearse ni con el viejo empresario ni con el nuevo funcionario.
¡Qué tres años los que nos esperan! Tibieza por aquí. Temores por allá. Radicalismos en provincias y regiones. La izquierda reagrupándose. ¿Listos para ver al siguiente outsider que llegará por la esquina cuando nadie lo espere, bien apoyado por el pueblo, con coraje, con populismo, pero sin información ni ideas correctas?