Tenía que ser mi vuelo…
Esta vez aprovecharé este espacio para hablar de un tema que se escapa de la política…
Estoy en un avión y desde hace un par de años, tengo miedo a volar. Con estrés y problemas en general para respirar con calma. Con preocupaciones a montones. Con esta sensibilidad física que es algo así como una bendición y maldición a la vez; y con todo esto, el vuelo que me toca se mueve como temblor. Y mis pies sienten el temblor. Y mi cuerpo en el asiento también. Y el avión se mueve. Y yo me muevo con él.
La pregunta del millón de dólares es, ¿qué haces cuando ocurre eso en un avión? Cuando manejas un auto y estás nervioso o con miedo, simplemente paras, te detienes. Dejas de manejar. Imagina que sientes sueño, y manejando te quedas dormido. Simple, paras. Es más, te puedes bajar del auto. Te vas del auto. Te alejas del vehículo que te genera un estrés.
Pero en el avión no puedes hacer nada. Es más, en zona de turbulencia, la tripulación también se sienta y no puede moverse. Ni como para decirle a alguno del equipo que venga a tomarte la mano o decirte algo que te tranquilice. Simplemente te cargas la turbulencia completa. Físicamente. Mentalmente.
¿Puedo dejar de volar en avión? No. Por mi trabajo o por lo que sea, me muevo en avión bastante. Nos vemos en avión bastante. Listo. Pero aunque la mente sabe que la caída de un avión es muy improbable, el corazón se resiste a creer en esto y cree en lo que siente. Y tu cuerpo también. Puedes tener claro mentalmente que el avión no se caerá (es lo más probable) y aún así tus sentimientos y tu cuerpo simplemente no responden. La estadística es clara. Las turbulencias existen y generalmente se pasan. Como en la vida… Pensemos en eso unos instantes.
¿Qué pasa en la vida? La vida tiene turbulencias de distintas intensidades. Fuertes y débiles. Tiene turbulencias largas y cortas. Tiene turbulencias que avisan y otras que llegan sin avisar. Y sin embargo la vida la enfrentas. No te escapas de ella. De hecho, no podrías escaparte de ella, así quisieras.
Así, la vida es como un avión. No puedes dejar el avión. No puedes salir del avión. No puedes pararlo. No puedes decirle a alguien que te ayude a salir o que te saque de él.
Es cierto que en la vida puedes compartir tus tribulaciones o turbulencias con quienes te acompañan. Eso es verdad. Puedes tener a tu lado gente que se preocupa por ti. Les hablas. Les cuentas. Te ayudan. Es cierto. Pero incluso este recurso es limitado. Nadie cargará tu cruz en el mundo. Nadie. La vida entonces es como un avión.
Para quienes tenemos fe, sin embargo, personas o seres como Jesús, la Virgen y hasta Dios (digo “hasta” porque ser cercano a Dios Padre siempre fue difícil para mí) están ahí para acompañarnos. Pero incluso pensar en ellos o querer sentirlos es un acto totalmente de fe, 100% de fe. Rezar, encomendarte, hablarles, todos son actos de fe.
Y si profundizamos más en esto de la fe, ocurre algo gracioso: lo peor de esta fe es que Dios no te dice que el avión no se caerá. Solo te dice que confíes en que lo que ocurrirá será lo mejor para ti. Menudo consuelo. Risas irónicas.
Ser religioso o espiritual, la verdad, no ayuda mucho entonces. Si sentirme tranquilo implica que quizás lo mejor que me puede pasar es morir, pues no sé. Ahorita, no, joven, le diría a Jesús, a la Virgen o a Dios. El cuerpo no cree en Dios. Cree en Dios la razón y la razón es la que no parece tener el control cuando estás en un avión. Y lo mismo pasa en la vida.
Pero me quedo con algo importante. Siempre las turbulencias pasan. Incluso si te mueres o si vives. Pasan. Y esa es la mejor forma de entenderlas. No puedes hacer mucho. Busca pasar la turbulencia de la mejor forma, así como yo ahora, escribiendo, pensando cosas bonitas, ideando proyectos, soñando, planeando. Todo esto lo escribí en medio de una turbulencia bastante fuerte.
Pasa las turbulencias de la mejor forma. No pierdes nada. Si te mueres, morirás distraído y positivo, pensando en cosas buenas. Si vives, habrás aprovechado el tiempo para hacer algo productivo y valioso. Nada. Estoy a punto de llegar a Lima, se acabó. Gracias por su paciencia en esta turbulencia.