La suma de todos los miedos
Ya en otras oportunidades he dedicado este espacio para mencionar algunos sesgos psicológicos que nos pueden llevar a cometer errores al momento de gestionar nuestras inversiones. Yo insisto y me reafirmo que si una persona no posee la suficiente madurez emocional, no debería manejar sus inversiones, pues el resultado de tomar decisiones emocionales inexorablemente se traducirá en deterioro de su patrimonio. A continuación les expongo algunos ejemplos.
Para empezar intentaré explicar la razón del porque a veces nos involucramos en inversiones altamente riesgosas. Para ello antes voy a recordarles tres aspectos relacionados a nuestra posición frente al riesgo.
Veamos, la aversión al riesgo es un hecho natural e innegable en nuestro comportamiento. Relacionado a este concepto existe lo que llamamos “tolerancia” al riesgo, es decir nuestra capacidad psicológica para soportar ese sube y baja llamado volatilidad. Luego está la “capacidad” frente al riesgo, es decir la espalda financiera que tenemos para enfrentar esa volatilidad, o dicho de otra forma, de presentarse un movimiento adverso en el mercado, que tanto afectará nuestro patrimonio. Finalmente esta la “conciencia” del riesgo, es decir, ¿estamos claros acerca del nivel de riesgo que estamos asumiendo en determinada inversión? A veces la expectativa de un alto, altísimo, espectacular rendimiento nubla nuestra capacidad para valorar el riesgo asociado. Y es acá donde empiezo a mostrarles cómo operan estos sesgos psicológicos.
Es interesante la forma en que bajo determinados escenarios elegimos el activo en el cual invertir. A veces nos embarcamos en acciones que por definición involucran riesgos altos (mineras junior por ejemplo). Me pregunto cuántos de los que entraron en estas inversiones eran “consientes” del riesgo que asumían, y por lo tanto cuantos solamente siguieron la ola (comportamiento de rebaño) atraídos por un rendimiento aparentemente espectacular. Les voy a mostrar lo irracional de este comportamiento, y para ello haré referencia a lo que en finanzas conductuales se conoce como el “sesgo del improbable favorito”. Resulta que a veces elegimos alternativas altamente riesgosas alentados por la expectativa de altísimos retornos, dejamos que la codicia guie nuestras decisiones, obviamos o no queremos ver el riesgo, y no somos capaces de entender que estadísticamente el resultado esperado realmente no es tan atractivo como parece a simple vista, debido a que ese resultado altamente rentable es tan poco probable que termina anulando el efecto del alto retorno en el tiempo.
La base emocional que explica tal decisión está en el llamado “sesgo de extrapolación”. Nos vemos reflejados en las historias de éxito que escuchamos en torno a esa inversión, sin tener en cuenta que la naturaleza humana nos lleva siempre a exaltar nuestros éxitos y nunca nuestros fracasos (porque creen que la publicidad de los juegos de lotería solamente muestra a los 2 ó 3 ganadores, y nunca a los miles de miles que la pierden). Entonces como escuchamos a todos alardeando de lo que han ganado, y vemos la acción subiendo y subiendo, nos vemos reflejados en ellos. Peor aún, nos creemos que lo único que podría pasar es que la acción en cuestión siga subiendo, y caemos víctimas de un “exceso de confianza”, otro sesgo psicológico.
Lo peor viene cuando la acción se cae, pues lejos de asumir el error de la decisión nos autoengañamos y creemos que la caída es una oportunidad de compra. Asumimos de manera irracional que debido a que el precio está por debajo del precio que antes hemos pagado, es una buena razón para aumentar la posición y comprar más. Se dan cuenta que el argumento para seguir comprando no tiene nada que ver con los fundamentos, estamos basando la decisión en una comparación de dos precios, el precio pagado en la primera compra (que podría estar inflado) y el precio actual. Peor aún, en este punto, tras una caída de x% en el precio, muchos siguen la estrategia de duplicar la posición en “busca del equilibrio”, otro sesgo psicológico. Su razonamiento los hace asumir una concentración excesiva en un activo que probablemente no tiene fundamentos, simplemente porque piensan que duplicando la tenencia se recuperarán más rápido cuando el precio “rebote”. La pregunta que vale la pena hacerse es, ¿Qué les hace pensar que el precio de la acción rebotará? ¿Qué fundamento, si existe, fundamenta ese rebote?
El resultado final será mayores pérdidas y mayor deterioro del patrimonio. En algunos casos se postergará innecesariamente la decisión de asumir el error y vender con la esperanza que en algún momento el mercado les sea favorable. Esto tiene también una razón psicológica relacionada en este caso con nuestra postura frente al riesgo. Resulta que cuando se trata de retornos positivos, las personas siempre vamos a preferir mayor certeza, pero cuando los resultados están al lado izquierdo de la distribución (lado de retornos negativos) vamos a preferir la incertidumbre, la misma que está asociada a la esperanza de recuperar lo perdido y que solo será posible si mantenemos la posición, pues en el momento en que vendamos, la perdida incierta o no realizada se convertirá en una pérdida realizada o “cierta”.
Para terminar, la idea de exponerles los efectos de tomar decisiones emocionales sobre nuestras inversiones es que al tener claro que podemos ser víctimas de ellas, las evitemos. Generalmente tomar decisiones emocionales nos conduce a “comprar caro y vender barato”, es decir a hacer exactamente no que no debemos hacer. Por ello, en caso no logremos abstraer nuestras emociones al momento de evaluar y tomar decisiones, sería mejor dar un paso al costado y delegar la gestión de nuestras inversiones en un asesor.