La brecha productiva del agro peruano
Por: Afrania Palomino, Alumna de Economía de la Universidad del Pacífico
El crecimiento heterogéneo de la productividad agrícola impide que el sector, el cual puede llegar a representar el 11% del PBI, aproveche al máximo las oportunidades del mercado internacional.
A principios del año, se presentó: “Tomando Impulso en la Agricultura Peruana”, una publicación elaborada por el Banco Mundial con la colaboración del Grupo de Análisis para el Desarrollo (GRADE). Sin duda, se trata de un estudio revelador que reivindica el valor e impacto del agro en el ámbito tanto social como económico. Y es que la agricultura no solo es una importante fuente de empleo e instrumento de reducción de pobreza; sino que además, su participación en la economía se eleva a un 11% si se considera el valor económico de actividades empresariales subyacentes en la cadena de valor del producto agrícola.
El creciente interés de los últimos años por el agro se debe, en parte, al brillante desempeño de las agroexportaciones. Tan solo en el 2017 el valor FOB de las exportaciones agrícolas alcanzó los US$ 6,255 millones de dólares, y se espera, que para fines de diciembre, dicho valor supere los US$ 7,000 millones de dólares. En efecto, desde hace más de una década, los envíos de espárrago, palta, arándano, mango, uva, entre otros (no tradicionales en su mayoría); han presentado un crecimiento exponencial, el cual ha permitido que el Perú se convierta en un proveedor importante de una demanda internacional cada vez más exigente.
Como consecuencia del buen recibimiento de las agroexportaciones, la productividad agrícola se incrementó en promedio anual 2.1%, aunque no de manera uniforme. Precisamente, la investigación evidencia una brecha de productividad entre la costa peruana (7.2%) y, la sierra y selva (0.2% y -0.2%, respectivamente). El crecimiento heterogéneo de este componente sería resultado de múltiples factores -entre ellos- climatológicos, atributos de la tierra y la gestión propiamente de la misma. La costa, por ejemplo, cuenta con terrenos más fértiles, acceso al recurso hídrico y un alto grado de concentración de tierras –unos pocos poseen grandes extensiones de cultivos- obteniendo así, un mayor provecho de la tecnificación de los procesos productivos. Por el contrario, la producción agrícola de la sierra, como medio de subsistencia para muchas de las familias, se caracteriza por ser menos tecnificada; ciertamente, el alto grado de atomización y dispersión de los espacios de cultivo, ha contribuido con ello. En el caso de la selva, el problema radica en la composición y propiedades de la tierra, menos propicia para el cultivo; y a una inadecuada gestión de sus principales cultivos: cacao y café.
Sin duda, el Estado ha cumplido un rol preponderante en la evolución del agro así como también en la revalorización internacional de los productos agrícolas y derivados. Es debido a estos esfuerzos que los superfoods, las frutas, entre otros, destacan en los mercados altamente sofisticados. No obstante, aún falta mucho camino por recorrer. En virtud de ello y, en aras de conseguir una economía más diversificada y menos volátil, el Estado debe seguir fomentando la inversión pública en este sector.