¡No están solas!
Franco Saito, estudiante de Economía de la Universidad del Pacífico
“Y la culpa no era mía, ni dónde estaba, ni cómo vestía”. Esta es la letra del himno feminista que recorrió el mundo durante el año pasado, pero es también, el grito de protesta de millones de mujeres violentadas por toda la sociedad. El próximo 8 de marzo es el “Día Internacional de la mujer”, este no es un día para celebrar ni festejar, más bien, es un día para conmemorar y recordar a todas las mujeres que lucharon en pro de sus derechos. Es un día, para reflexionar sobre los retos que significa ser mujer en una sociedad machista y en el largo camino que nos falta recorrer en busca de la igualdad de oportunidades.
En el Perú, cada hora se registran 18 denuncias por violencia contra la mujer (Ministerio Público, 2018) pero se estima que esta cifra es más elevada, pues un alto porcentaje de víctimas no acude a denunciar el hecho. Esto es solo la punta del iceberg, el problema de fondo es la disparidad de poder entre hombres y mujeres producto de una educación rígida que venimos arrastrando por décadas. Como menciona el economista Hugo Ñopo, existe un proceso de desaparición de la mujer en los espacios de poder, prueba de ello es que “en el Perú, las mujeres son una de cada dos estudiantes universitarios, una de cada tres profesionales trabajando en el sector privado, una de cada cuatro gerentes y una de cada diez miembros de directorios”. No solamente existe una brecha en cuanto al número de mujeres respecto al de hombres, sino también, una brecha en el salario, así, las cifras del INEI (2019) muestran que el ingreso promedio de los hombres está un 28% por encima respecto al de las mujeres.
Un estudio para destacar es el realizado por el Banco Mundial (2012) para Latinoamérica, donde señalan que la escolaridad explica en gran medida dicha brecha, no obstante, se evidencia que las mujeres tienen tanta escolaridad como lo hombres, pero la diferencia radica en las carreras. Mientras que las ingenierías son predominantemente masculinas, las humanidades y carreras ligadas al servicio son femeninas. Cabe resaltar, dicha elección es más por cultura que por natura. Los estereotipos de género refuerzan el desapego de las mujeres con ciertas materias y comienzan a generar predisposición hacia ciertas áreas, diferenciación en el desarrollo de algunas habilidades, e incluso, podría manifestarse en la elección de una carrera profesional. Es válido preguntarse ¿hasta qué punto la diferencia salarial se deba a prejuicios fuera del mercado laboral? No existe economía sin sociedad. El mercado solo refleja los resultados de los patrones culturales enraizados en la comunidad.
Asimismo, el estudio destaca que otro factor importante es la dedicación laboral. Mientras que una de cada cuatro mujeres trabaja a tiempo parcial, en el caso de los hombres esto ocurre con uno de cada diez. No es casualidad que de las 30 horas semanales que los hogares destinan para trabajo doméstico no remunerado, 24 son responsabilidad de las mujeres y solamente 6 de los hombres (Sardón,2018). Adicionalmente, se encuentra el “costo de ser madre: para volver a reinsertarse en el mercado laboral, una mujer con hijos gana 12.9% menos que una mujer que no lo es, paradójicamente, un hombre con hijos gana 5.9% más que el que no es padre (Ñopo, 2018). Inclusive, según algunos estudios, esta caída en el ingreso no se recupera nunca.
La violencia contra la mujer no solo tiene un costo social enorme, también impacta sobre la economía. Un estudio de la cooperación alemana (GIZ) y la Universidad San Martín de Porres calculaba en 2016 que el costo anual agregado de la violencia contra la mujer (gastos médicos, legales, pérdida de productividad, entre otros) para la sociedad peruana podría alcanzar hasta 5.72% del PBI—más de 11 mil millones de dólares —, esta cifra es incluso más alta que la pérdida por corrupción (se estima entre 1% y 2% del PBI). Además, si el empleo de las mujeres igualara al de los hombres, las economías serían más resistentes y el crecimiento económico sería mayor. El FMI estima que, en los países con mayor desigualdad de género, cerrar la brecha en el empleo podría aumentar el PIB en un 35% (de los cuales 7-8 puntos porcentuales son ganancias de productividad debido a la diversidad de género).
Cerrar la brecha de género (en todas sus aristas) es un desafío que no solamente implica aspectos técnicos (cambios de normas o leyes), sino fundamentalmente de un cambio adaptativo. Es decir, se requieren cambios considerables y muchas veces dolorosos. No existe una solución conocida, sino que requiere de aprendizaje y no solamente depende de la autoridad, sino de todos nosotros. La única manera de afrontarlo es entender que cada uno tiene algo que aportar, y que tanto el problema como la solución están en nuestras manos. No será fácil, tendremos que modificar costumbres, creencias, hábitos y valores para poder afrontar las pérdidas que se generen.
Estoy convencido de que, abordando la desigualdad de género en todas las políticas públicas y sobre todo logrando el compromiso de cada uno de nosotros para contribuir con la eliminación de los prejuicios, lograremos una auténtica transformación cultural. Tú que tienes el privilegio de no haber sido víctima de violencia, tú que tienes la posibilidad de ayudar a una víctima, tú no puedes darte el lujo de ser indiferente. Tu silencio nos va a costar el país.