¿Por qué nos cuesta tener conversaciones difíciles?
¿Alguna vez has tenido una conversación pendiente que se ha dilatado en el tiempo? De seguro que sí. Lo más curioso es que aunque el tiempo solo parece empeorarla o traer nuevas complicaciones, parecemos incapaces de hacerle frente.
Lo más probable es que en una situación así, te hayas visto frente a una conversación crucial.
Según el autor Kerry Patterson, una conversación crucial tiene que tener 3 componentes: opiniones contrarias, emociones fuertes e importantes factores en juego.
Aunque lo más lógico sería hacerle frente cuanto antes, también ocurren muchas dinámicas a la vez que impiden que hagamos lo que en el fondo sabemos que es mejor.
Imagina que estás a cargo de un equipo comercial y tienes a un integrante nuevo en el equipo. Esta persona es joven, con buena disposición y con ganas de aprender. En seguida notas que tiene la costumbre de sobre prometer y le cuesta decir que no, sin embargo, no quieres cortarle las alas tan rápido y decides dejarlo manejarse por su cuenta. Qué es lo peor que puede pasar, ¿cierto?
En el transcurso de las primeras semanas, escuchas desde Gestión humana un consejo amigable acerca de hablar con esta persona pues se ha escuchado que ha puesto apodos a sus compañeros y ha estado hiriendo susceptibilidades. Te dices para ti mismo que la gente ahora es muy sensible y exagerada y desechas esta imagen de tu cabeza. Luego, le preguntas cómo le fue haciendo seguimiento a una cuenta que le habías asignado y te dice que muy bien. Sin embargo, no pasa mucho tiempo hasta que ese cliente te escribe diciendo que solo quiere hablar contigo de ahora en adelante. Y para empeorar la situación, te enteras por tu jefe, que por un error en un contrato que envió esta nueva persona, la empresa va a perder muchísimo dinero.
Le dices a tu jefe y a los demás que este es el costo de aprender y te dedicas a defender a la nueva persona de tu equipo. Lo que sí, en el fondo sientes una incomodidad creciente, esa pequeña voz de la intuición que te decía que sabías que había una situación que abordar desde el día 1. Ahora no quieres decir nada pues es admitir que todos estaban en lo cierto menos tú, tampoco sabes qué problema abordar primero y lo que es peor, parece que cada intento que haces solo empeora la situación con tu equipo. ¿Alguna vez has experimentado o visto a tu alrededor alguna acción similar?
Se dice que el éxito o fracaso de una conversación crucial depende del tiempo que transcurre entre que surge un problema y que se encuentran maneras de resolverlo de manera respetuosa y sincera. Ciertamente, de haberse abordado la situación desde que se suscitó la primera alarma, el resultado hubiese sido otro. Estamos hablando de este tema porque en la realidad muy pocos lo hacemos de esa manera.
Volviendo a la pregunta del inicio, nos cuesta tener conversaciones difíciles por muchos factores. Dentro de los más relevantes hay que considerar el costo de permanecer como estamos. Aquí unos ejemplos:
-Queremos agradar: no hay que negarlo. Por más que digamos que a la oficina no vamos a hacer amigos, todos tenemos una necesidad de conexión con los demás.
-No queremos “arruinar un buen momento”: la procrastinación es mala consejera y siempre nos dice que ese momento no es el mejor.
-Queremos darle la oportunidad a un problema para que se arregle por sí mismo: o mejor dicho, esperamos que piensen o actúen como lo haríamos nosotros y en la mayoría de ocasiones vamos a terminar decepcionados.
-No queremos parecer ser difíciles: nos cuesta vernos vulnerables y no queremos ser vistos como problemáticos o los que andan trayendo a la luz situaciones del pasado.
Lo he mencionado en otras oportunidades y no me canso de hacerlo, hay un factor cultural muy arraigado en Perú y es que nos cuesta la asertividad, nos cuesta muchísimo. Es mucho más fácil hablar de una situación que me molesta con cualquier persona menos con la involucrada, nos repetimos a nosotros mismos que no es tan importante. Lo que finalmente ocurre es que llega un momento, el menos indicado, en el que una emoción nos secuestra y explotamos por el tema menos importante y ahí es donde perdemos piso y la noción del tema raíz que nos terminó dejando en medio de esa conversación incómoda que no parece llevarnos a ningún buen lugar.
Entonces, ¿qué puedo ganar preparándome para tener una conversación difícil?
-Paz mental: tener la mochila menos pesada (en el trabajo y en la vida) nos deja espacio para ser más creativos, poder concentrarnos en lo importante y avanzar hacia nuestros objetivos.
-Mejoran las relaciones alrededor nuestro: se establecen relaciones de confianza donde se dan pie a ideas distintas y a opiniones que difieren.
-Nos invita al autoconocimiento: para tener una conversación difícil es preciso identificar cuáles son mis valores y no negociables.
-Tiene un efecto multiplicador: las personas que suelen iniciar conversaciones cruciales desde el respeto suelen ser líderes dentro de la organización e inspiran conversaciones más honestas a su alrededor.
Eso sí, que éstas conversaciones traigan muchos beneficios no significa que sean fáciles de tener. Requieren habilidades específicas y mucha práctica. En mi experiencia, nos cuestan más porque requieren cambiar la mirada hacia nosotros mismos. Solemos pensar que si tal persona deja de hacer “X’, entonces, yo me voy a sentir de “y” manera y, en realidad, no es así. El único control que realmente tenemos es sobre nosotros mismos.
Finalmente, tengamos presente que para mejorar nuestras relaciones laborales, debemos de trabajar primero en la relación más importante, que es la que tenemos con nosotros mismos.
Por un 2024 de negociaciones y relaciones más conscientes.
Hasta una próxima,
Debora