La automatización boba
Hace poco tuve la oportunidad de participar en un evento internacional sobre Valoración Aduanera en la ciudad de Buenos Aires, Argentina, que congregó especialistas de varios países de la región. Como sabemos, la valoración aduanera es la metodología que permite la determinación de la base imponible para el cálculo de los tributos de importación.
Dentro de los múltiples temas interesantes que fueron abordados, uno de los que me llamó la atención fue el de los procesos de automatización en los despachos aduaneros. Ello pensando en el control concurrente al despacho orientado a la verificación del valor en aduana.
Como sabemos, frecuentemente los despachos de importación son objeto de observaciones al precio declarado, las mismas que normalmente son producto de comparaciones con precios declarados por otros importadores y registrados en los sistemas de la aduana. Estas observaciones son efectuadas por funcionarios de la aduana quienes, en base a su criterio, establecen en qué casos resulta necesario pedir mayor información al importador y, sobre dicha base, determinar el valor en aduana.
En el referido evento se comentó que, teniendo en consideración la tendencia hacia la automatización de los procesos aduaneros (empezando por la transmisión electrónica de datos) la orientación es la de ir prescindiendo poco a poco del factor humano para dar más cabida a máquinas y sistemas integrados. Así, sería una máquina la que sobre la base de dichos “procesos automatizados”, llegaría -por ejemplo- a determinar el valor en aduana, calificaría la infracción y fijaría la multa aplicable. Este escenario no sería tan hipotético pues en países como Argentina algo de ello ya hay.
La reflexión que surgió fue que si de por sí en muchos casos ya resulta bastante cuestionable que un funcionario de la aduana (tercero ajeno a las partes que fijan el precio de una compra-venta internacional sobre la base de consideraciones intersubjetivas que atañen solamente a ellas) pudiese “decidir” si el precio pactado en una operación en la que no participó resulte aceptable o no, cuánto más cuestionable podría ser que dicho tercero fuese una computadora.
Pensando en una mejora del sistema de verificación del valor en aduana al momento del despacho aduanero (despacho concurrente) cabe preguntarnos si el proceso de automatización propio del despacho aduanero debería prescindir del elemento humano y sustentarse únicamente en los sistemas informáticos. ¿En qué parte del despacho los procesos deberían ser automatizados y en qué parte se requiere del discernimiento humano?, ¿Qué tipo y qué cantidad de “automatización” necesitamos en un país como el nuestro?
Si partimos de la premisa que una máquina no piensa sino que solo arriba a resultados considerando la información que procesa, cabe preguntarnos cuánta injusticia podría cometerse si se lleva un despacho aduanero “a ciegas”; esto es, sin atender a las particularidades del caso concreto objeto de análisis. En el evento que comento, a la automatización desmedida y en exceso se le denominó la “automatización boba”, término que me parece genial para graficar esta problemática.
Lo mesurado, como todo en la vida, será el equilibrio. Pareciera que encontrar un punto medio saludable entre el trabajo de las personas y el de las computadoras resultaría lo más recomendable. Creemos que contar con funcionarios bien calificados y que actúen con buen criterio resultará siempre mejor que contar con máquinas operativas y bien calibradas. El gran reto entonces, más allá de contar con un despacho aduanero alineado con las nuevas tecnologías, será contar con este tipo de funcionarios.